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Fuente (editada): 20 minutos | Marcos Ventura Armas | 5 DE SEPTIEMBRE DE 2018

Leí hace mucho una polémica sucedida en las redes sociales estadounidenses que me chocó mucho, y sobre la que creo que conviene reflexionar, ya que desde hace un tiempo se repite violentamente en nuestro entorno inmediato. La polémica se generó porque una serie de personas rechazaban que les etiquetaran como cis, llegando a decir una personalidad abiertamente gay que si las personas trans querían el apoyo de la comunidad LGB (lesbianas, gays y bisexuales) tenían que dejar de nombrarles con una etiqueta que rechazaban.

Lo primero que me chocó fue que alguien pusiera condicionantes a la lucha trans para prestarle su apoyo. Es decir, sí, tendrás mi apoyo para que se te reconozcan tu dignidad y los derechos humanos asociados a ella, pero no en función de la opresión que sufres o la justicia de tu lucha, sino en función de que tus estrategias políticas no me resulten incómodas.

La simple idea de que un hombre gay pueda sentirse con derecho a establecer requisitos para apoyar la lucha por la igualdad de las personas trans me revela hasta qué punto se han deshecho los lazos de la comunidad LGBTIQA+ y hasta qué punto ciertas identidades, que han conseguido muchos éxitos en sus luchas, se han acomodado en una posición de privilegio relativo en la que han olvidado lo que significa tener que pelear, no ya por poder hacer uso de las instituciones cisheteronormativas, sino por tu simple reconocimiento como persona humana, como cuerpo válido y habitable.

Es obvio que hay personas homosexuales respetables (adaptadas al marco de (con)vivencia cisheteronormativo) que no saben lo que significa ser hoy una persona trans, un maricón o una bollera (para decirlo más claramente, ya que hablamos del contexto estadounidense, no saben lo que significa ser queer). Pero una vez asimilado este choque, lo que me golpeó más fuerte fue el rechazo al término que había originado el debate.

Cis son las personas cuya identidad sexual coincide con aquella que les asignaron al nacer. Es decir, al nacer, une médique verá tus genitales y te asignará una identidad: “es un niño” o “es una niña”. Si tuviste suerte y el azar le hizo acertar, tendrás el privilegio de vivir sin experimentar conflicto entre tu identidad y la identidad que la sociedad te ha impuesto, y a eso lo llamamos ser cis. Por el contrario, si erró, tendrás que sufrir el conflicto que supone vivir con una identidad distinta a la que la sociedad cisexista (es decir, que privilegia la cisexualidad como única identidad sexual válida) y transfóbica (es decir, que excluye a las identidades trans considerándolas antinaturales) te ha impuesto, y a eso lo llamamos ser trans.

Si eres una persona que no es trans, pero que tampoco cis, ¿qué eres?, ¿una persona normal? El rechazo al término cis me recuerda mucho a otros rechazos de términos usados para visibilizar las relaciones de privilegio y exclusión. Personas blancas que creen que solo las personas negras tienen raza o color de piel (como se evidencia en debates que está habiendo en EEUU). Personas hetero que creen que solo las personas homosexuales tienen orientación sexual (este video lo muestra claramente, sobre todo el minuto 4:47). Y ahora, por lo que se ve, las personas cis que creen que solo las personas trans tienen identidad  sexual. Pero la realidad es que no solo las personas trans tienen una identidad sexual, también la tienen las personas cis.

Y esto es crucial, porque la igualdad solo puede darse entre las identidades sexuales, solo se alcanza si entendemos que todes tenemos una identidad sexual y, aunque sean distintas, ninguna es mejor o más válida que otra. Quizás se ve más claro con el concepto de diversidad funcional: no es que haya personas normales y personas discapacitadas, es que todas tenemos una manera de funcionar diferente. Entre una persona que no tiene identidad sexual, porque ella es simplemente normal, y una persona trans nunca podrá haber igualdad, porque la diferencia entonces no se establece entre distintas variaciones o formas de presentarse una característica que es común, sino que la diferencia se establece entre quien tiene una característica que lo hace diferente y quien no la tiene. Y ahí, en ese punto, es imposible el mutuo reconocimiento como sujetos válidos y susceptibles de ser iguales en derechos.

La cuestión es que las personas que disfrutan de los privilegios siempre se creen el paradigma y modelo de lo humano, y que son las personas diferentes a ellas las que tienen accidentes, taras, desperfectos… alguna característica que modifica y degrada ese modelo de lo humano. La forma de luchar contra esa forma de pensar es conseguir que la gente comprenda que “normal” no significa “que se encuentra en su estado natural” (como dice la RAE en su primera acepción) lo que provoca que lo que es diferente a lo “normal” sea contrario al estado natural de las cosas, sino que “normal” significa “que sirve de norma o regla” (la segunda acepción que da la RAE), es decir, que se ajusta a las normas que el poder, que se ejerce en todas las relaciones sociales, nos impone para vivir y para ser, de forma que romper esas normas no es ir contra la naturaleza humana, sino ir contra el poder establecido.

Así que, estimada lectora, si quieres luchar por la igualdad debes asumir que no ser trans no significa que no tengas identidad sexual, significa que tu identidad sexual es cis. Y si rechazas esta premisa tan simple, al menos tendrás que asumir que supones un obstáculo para la igualdad real y efectiva entre todas las personas, independientemente de su identidad.