“Aunque tradicionalmente en temas como la menstruación […] se hace referencia solo a las mujeres, este lenguaje se sostiene sobre una premisa equivocada”.
Fuente (editada): El Comercio | Daniela Meneses | 28 de enero de 2021
Para algunas personas, la discusión sobre el lenguaje inclusivo puede parecer un asunto más bien teórico. ¿De verdad hace una diferencia decir ‘peruanos y peruanas’? ¿Y tiene alguna implicancia práctica optar por ‘peruanes’? Hace algunos años, citaba en estas páginas a la autora Caroline Criado Pérez, quien en su libro “La mujer invisible” argumentaba, tras la revisión de varios estudios en distintos idiomas, que “cuando se usa el masculino genérico, es más probable que la gente recuerde hombres famosos que mujeres famosas, que se estime que una profesión es dominada por los hombres, que se sugiera a candidatos hombres para trabajos y nombramientos políticos. También es menos probable que las mujeres apliquen a ofertas de trabajo que usan el masculino genérico, y menos probable que les vaya bien en esas entrevistas”.
La semana pasada, la Comisión de Salud del Congreso aprobó un proyecto de ley, presentado por la congresista Arlette Contreras, que reconoce la importancia del manejo menstrual y busca garantizar el acceso gratuito a productos menstruales para personas que los necesitan. De acuerdo con la versión más reciente del texto que se encuentra en la web del Congreso (de julio del 2020), “el Estado […] garantiza su entrega [de los productos de gestión menstrual] de forma universal, accesible y gratuita a todas las niñas, adolescentes y mujeres adultas que lo soliciten en establecimientos públicos de salud, instituciones educativas de nivel primario y secundario, universidades públicas, albergues y centros penitenciarios, según corresponda”.
Ya antes en esta columna he escrito sobre la importancia y la necesidad de que todas las personas tengan acceso a productos de gestión menstrual y sobre sus repercusiones para, por ejemplo, el acceso a la educación. Pero en este momento quiero más bien hacer un punto sobre el lenguaje: aunque tradicionalmente en temas como la menstruación (u otros, como la interrupción del embarazo o la maternidad) se hace referencia solo a las mujeres, este lenguaje se sostiene sobre una premisa equivocada. Es decir, no solo las mujeres menstrúan; por ejemplo, también pueden menstruar hombres trans, personas no binarias o personas intersex.
El año pasado, la importancia del lenguaje obtuvo bastante atención en los medios luego de que J.K. Rowling se quejara de un titular que precisamente hablaba de ‘personas que menstrúan’ en lugar de ‘mujeres que menstrúan’. Muchos portales publicaron por aquel entonces testimonios de, por ejemplo, hombres trans que contaban sus experiencias con la menstruación. En El País, el activista trans y profesor Aitor González ponía un ejemplo del día a día que apunta a la necesidad de repensar el sujeto de la menstruación: “Si para una mujer es incómodo ir a cambiarse el tampón en medio del trabajo, imagínate cuando eres hombre. Y no hablo del momento en el que coges el tampón y las mañas que tienes que hacer para esconderlo, sino que los baños de tíos no están preparados para eso. Ni siquiera sabes dónde tirar el envoltorio porque no suele haber papeleras”.
Como decía, esta exclusividad del lenguaje –y sus efectos prácticos– aplica también para temas que van más allá de la menstruación. Así, por solo mencionar el ejemplo de una norma reciente, tenemos que la ley de acceso a la interrupción voluntaria del embarazo en Argentina habla de “mujeres y personas con otras identidades de género con capacidad de gestar”.
Cuando pensamos en manejo menstrual –que incluye educación sexual, infraestructura adecuada en colegios y normas legales– pensemos no solo en las niñas, adolescentes y mujeres, sino en todas las personas que menstrúan. Y, por supuesto, recordemos que esta inclusión va de la mano con otra deuda pendiente de nuestro Estado: una ley trans.