El filósofo plantea en su nuevo libro, ‘Dysphoria mundi’, que nos encontramos ante el cambio de paradigma “más profundo de los últimos seis siglos” y llama a una revolución colectiva frente “al horizonte apocalíptico que constantemente nos plantean”
Fuente (editada): EL DIARIO | Marta Borraz | 17 NOV 2022
“La cuestión ya no es quiénes somos, sino en qué queremos convertirnos”. Es la invitación que hace en su nuevo libro el filósofo y comisario de arte Paul B. Preciado (Burgos, 1970), uno de los más influyentes del mundo, referente de la teoría queer. Preciado dejó el proyecto en el que trabajaba al estallar la pandemia de COVID para pensar desde su apartamento en París en lo que estaba pasando y de ahí llegó Dysphoria mundi (Anagrama), que acaba de presentar en Madrid y Barcelona. Del libro se ha dicho que es una obra monumental, diferente a todo lo que ha escrito hasta ahora.
En ella, el filósofo trans sostiene que estamos ante una brecha, ante un colapso sistémico atravesado por los cambios sociales, políticos y sexuales que están sucediendo y generaliza el concepto de disforia de género, aplicado desde la psiquiatría a las personas trans. Asegura que la disforia es colectiva y global y ante esa transición, invita a una revolución que, asegura, ya está en marcha. “Por un lado nos enfrentamos a un recrudecimiento del control, el capitalismo cibernético y la guerra. Por otro, las instituciones y formas de legitimación patriarcal, sexual y racial del antiguo régimen se derrumban”, afirma.
Igual que las personas trans se han construido, apunta en el libro, “como cuerpos en mutación”, se está dando una “transformación planetaria”. ¿En qué consiste y cómo se está produciendo?
Lo que está sucediendo es un cambio de paradigma muy profundo, de una envergadura similar al de hace seis siglos, al principio de la colonización en el siglo XV. Supuso la invención de otra subjetividad que permitió dibujar los perfiles de un cuerpo que iba a ser el nuevo reproductor del Estado nación, lo que posibilitó la fundación de la familia monógama y nuclear.
Ahora estamos ante una ruptura semejante, el paso de una sociedad analógica a otra digital, escrita a ciber-oral y ante la desarticulación de una sociedad que se organizó en torno a a taxonomías binarias (heterosexual-homosexual, hombre-mujer, máquina-organismo, animal-humano) y jerárquicas de raza, especie, sexo y sexualidad de la modernidad, que han servido para legitimar la dominación y la violencia de unos cuerpos sobre otros. Eventualmente, esa sociedad, y eso es una lucha, se podría reorganizar como otra que no piense la relación de forma jerárquica y binaria. Mi apuesta como filósofo es que, o vamos hacia ahí, o se nos va todo al carajo.
¿Qué ocurriría en ese caso?
Estamos ante un horizonte, el que nos plantean constantemente, apocalíptico, del neoliberalismo cibernético, del ‘sálvese quien pueda’, en el que todo el mundo es disfórico de todo porque ya estamos convencidos de que nada funciona. Ni la familia nuclear, ni el colegio, ni la sanidad, el trabajo y el salario que tengo son una mierda… Esa es la experiencia que yo llamo disforia mundi.
Frente a eso hay dos teorías posibles: o la privatización extrema, un repliegue del capitalismo cibernético y lenguajes neofascistas o, la que planteo, hacer la transición a un régimen a través del cual pensar la relación social, la producción y la reproducción de la vida de otra forma. Estamos en un profundo proceso de desbinarización social y de colapso de las taxonomías patriarcocoloniales, ya no podemos seguir gobernando la vida y pensando la producción y la reproducción únicamente con estas categorías.
Nombra en el libro reacciones sociales como el #MeToo o el Black (y Trans) Lives Matter. Esta transición, esta ruptura con el sistema, ¿es un anhelo o hay elementos que nos permiten afirmarla?
Esos levantamientos son índices de un proceso revolucionario, y planetario, en curso. Y hay espacios en los que ya están produciendo experimentos de transformación e invención de nuevas prácticas de libertad. Son espacios de resistencia que se han abierto durante la evolución del capitalismo colonial. El indigenismo, el feminismo radical, lesbiano, cierta homosexualidad disidente y trans, la resistencia a la producción normativa de la locura… Son una especie de vanguardia política, una avanzadilla que nos permite imaginar otro mundo. Pero es que ese mundo es real, ya muchos vivimos de esa forma, no es una entelequia ni solo una utopía, es una realidad y es mejor que la norma.
Teniendo en cuenta el alza de los fascismos y las resistencias conservadoras a nivel global o emergencias como la guerra de Ucrania o el cambio climático. ¿No es una visión excesivamente optimista?
Yo esto lo aprendí de mis maestras feministas negras americanas, que siempre decían que el pesimismo era un lujo de las clases dominantes y que en el margen, solo queda el optimismo. Pero no como sentimiento, sino como metodología. Hay algo de lo que vivo, y eso todo el mundo lo sabe, algo de lo que cada une de nosotres vivimos, que no es apocalíptico. Es anunciador de otro tipo de realidad. Ahí es donde hay una posibilidad de optimismo como metodología. Ese es el camino, no es el de la destrucción antropocéntrica, no es más patriarcado, más racismo, más colonialismo…La salida es la transformación del régimen.
Sobre la pandemia de COVID, llega a decir en el libro: “No sabemos cuándo empezó el 2020 ni cuándo acabará”. ¿Qué ha cambiado?
Como en la época de la colonialidad, con el COVID se han diseñado las estrategias que permiten dibujar los perfiles del nuevo cuerpo del capitalismo cibernético. Un cuerpo al que se le ha arrancado la piel analógica y se le ha implantado una piel digital. Teletrabajo, conexión 24 horas al día, zoom, Uber, Deliveroo… Ese nuevo cuerpo es objeto de la gestión del capitalismo cibernético y es desde ahí desde donde vamos a tener que luchar.
El coronavirus ha supuesto, además, que las tecnologías de exclusión y muerte aplicadas a los cuerpos minoritarios durante el sida se generalicen y extiendan a los supuestos “blanquitos normales”. Por eso en ese momento me vi ante una especie de laboratorio a escala real y la necesidad de decirles a todas esas personas que se supone que eran normales ‘bienvenides al ámbito disfórico, ya estáis tan disfóriques como nosotres y, ojo, si no queréis palmar durante esta disforia colectiva, os invito a que recojáis algunas de nuestras estrategias“.
Es muy crítico con las redes sociales, usted no tiene. En ellas hay hipervigilancia y control, pero también han servido para gestar todos los levantamientos y luchas colectivas que cita en el libro.
Son espacios de subjetivación política, también puede ser utilizados para la emancipación o el establecimiento de alianzas colectivas, pero si tú no conoces las tecnologías que utilizas, serás utilizada por ellas. Ya el poder no se relaciona tanto con nosotres de forma disciplinaria. Uno se conecta y sube cosas a Twitter, Instagram o Facebook porque quiere. No entiendo cómo es posible que Elon Musk, un representante de la extrema derecha mundial, compre Twitter y nadie salga de ahí. Hago un llamamiento desde aquí a que todo el mundo se retire, si puede, de las redes sociales porque están pensadas a través de un algoritmo que favorece la llegada de los lenguajes patriarcocoloniales más normativos y más violentos a escala planetaria.
Afirma que las historiadoras del futuro recordarán que esta fue la década en la que miles y miles de mujeres rompieron el silencio sobre la violencia sexual que han sufrido. ¿Qué cree que implica?
Me parece algo absolutamente tremendo, eso es la quiebra del patriarcado, el momento en el que aquel que ha sido objetivado por la violencia sexual patriarcal, es capaz de enunciar su posición en primera persona. Primero diciendo “he sido objeto de violencia y he sobrevivido” y después “o esa violencia cesa o seré disidente de ese sistema”. Yo creo que todavía hay un momento de revolución a esperar dentro del #MeToo, pero es complejo. A veces le pedimos a ciertos procesos políticos que vayan muy rápido, pero no es “he sido violada” y ya está.
En España vivimos una profunda brecha en el feminismo con la Ley Trans. ¿Qué opina?
Estoy consternado, me parece una situación de tremenda violencia que, por otro lado, no me sorprende porque ha estado siempre presente en el movimiento feminista. Ocurrió con la exclusión de las mujeres negras por parte de las blancas, por ejemplo. Siempre hay una especie de retroalimentación reactiva de los movimientos de la identidad, que intentan defender frente a otras minorías sus pequeños privilegios adquiridos. Ahora se está dando continuidad a eso: las mujeres que se reivindican como «naturales» excluyen a otras de los pocos privilegios de la feminidad blanca heterosexual. Excluyen a cuerpos absolutamente minoritarios y amenazados, que están reivindicando una mínima condición de ciudadanía. Y, sobre todo, veo una instrumentalización por parte de los lenguajes de la derecha.
Insiste en eso en el libro, en una alianza entre las feministas contrarias a las legislaciones trans y la extrema derecha, pero ¿los objetivos de unas y otros no son distintos?
Nada podía ser mejor ni más útil para la Conferencia Episcopal y para Vox que ver una parte de la izquierda y del feminismo hacer el trabajo sucio que ellos ni siquiera necesitan hacer. Vox se puede quedar tranquilo. Estas feministas, por una parte, defienden sus propios privilegios, que han adquirido gracias a luchas históricas que ha hecho el feminismo obrero, lesbiano, queer… Pero en realidad están siendo instrumentalizadas, insisto. Y si alguna vez los movimientos de derecha que retroalimentan llegan al poder, sus propios cuerpos también estarían en peligro. Además, si hacemos una defensa naturalista del cuerpo, como hacen, se acabaron los anticonceptivos o las técnicas de reproducción asistida. Si hay una noción de feminidad natural, no puede ser una que toma hormonas para gestionar su reproducción, por ejemplo.
La ley reconoce la autodeterminación de la identidad sexual para que las personas trans puedan modificar su DNI pero usted suele ir más allá y defiende directamente la abolición de la inscripción del sexo.
Me parece fundamental porque no es lo mismo. La Ley Trans lo que defiende es la posibilidad de cambio dentro de un sistema binario normativo, yo lo que defiendo es la puesta en cuestión de ese sistema normativo y, por lo tanto, la eliminación de la mención de la diferencia sexual en los documentos administrativos, porque es discriminatoria. Inscribir la diferencia sexual en las instituciones que gestionan administrativamente la ciudadanía legal, sería algo así como inscribir la diferencia racial, religiosa o la pureza de la sangre si pensamos en el siglo XV.
Si se aboliera, ¿dónde quedan las políticas por los derechos de las mujeres? ¿serían posibles?
No haríamos políticas por los derechos de las mujeres. Haríamos políticas por la defensa del cuerpo vivo frente a cualquier tecnología de violencia y eso es todavía más radical y más importante. Porque en esta configuración aparentemente democrática en la que estamos, no solamente las mujeres son objeto de violencia, lo son también les niñes, las personas discapacitadas, las de la tercera edad, las racializadas… Hay violencia transversal y lo que nos interesa es la expansión del horizonte democrático, es proteger, defender y dar autonomía al cuerpo frente a las tecnologías de la violencia. Para mí es importante dejar de pensar en hombres y mujeres y empezar a pensar en ampliación del horizonte democrático, qué cuerpos son reconocidos como ciudadanos dentro de ese espacio.
¿Y eso es feminista?
Eso para mí es el feminismo más radical y más expandido que podríamos imaginar.