Fuente (editada): eldiario.es | Marta Borraz / Ana Requena Aguilar | 11/10/2019 – 22:09h

  • Paul Preciado es uno de los referentes de la teoría queer y los estudios de género: «La estrategia absoluta es la abolición de la diferencia sexual»
  • «Lo que hemos hecho es estructurar los movimientos con políticas de identidad y hemos acabado siendo más mujeres, más lesbianas, más gays –no en sentido cuantitativo–, pero no somos más libres», dice
  • «No hay necesidad de asignar un género al nacer. Podríamos simplemente decir ‘viene un cuerpo humano al mundo’ de la misma manera que a nadie se le ocurre cuando viene un cuerpo decir que es un cuerpo cristiano», plantea

Media hora antes de que Paul Preciado (Burgos, 1970) presente en la librería La Central de Madrid Un Apartamento en Urano (Anagrama), la sala ya está llena. Paul, uno de les más influyentes del mundo en filosofía, comisario de arte y referente de la teoría queer y los estudios de género, desarrolla en el libro un conjunto de «crónicas del cruce» publicadas en el periódico francés Libération que revelan la parte más personal de este autodenominado «disidente del sistema sexo-género».

Si Virginia Woolf reclamó su habitación propia en 1929, Preciado hace lo mismo declarándose «uranista» e imaginando la vida en un planeta ajeno a las imposiciones sexuales, de género y raciales.

Dice en ‘Un Apartamento en Urano’: «No soy hombre, no soy mujer, no soy heterosexual ni bisexual». ¿Es el suyo un género utópico como afirma la escritora Virginie Despentes en el prólogo?

Sí, pero eso es real. La cita hace referencia a las inscripciones jurídicas y médicas, que en el fondo son abstracciones, es decir, no existen. Son categorías que han sido naturalizadas por el entramado de la epistemología del siglo XIX y XX sobre todo, pero no tienen contenido empírico. Sí lo tiene, por ejemplo, el oxígeno, pero no la homosexualidad. Existe la cultura gay, pero la homosexualidad no. De la misma manera que no existe la raza, existe el racismo.

Yo creo que la tarea de la filosofía, el activismo y el arte es desvelar esos procesos de construcción política que han llevado a la cristalización de ciertas nociones que hoy entendemos como naturales. Por ejemplo, el género o la homosexualidad. Si fueran naturales, no podríamos oponernos a ellas, de la misma manera que no podemos oponernos a la gravedad. Esto es poner en cuestión ya no solo los discursos religiosos que han sido fundantes para muchas de las tecnologías del cuerpo y de la sexualidad, sino también poner en cuestión el discurso científico.

El cuerpo trans, ha escrito, «pone en jaque nociones como la nación, los juzgados, la familia, los centros de internamiento o la psiquiatría». ¿De qué manera es lo trans un acto político?

Lo trans siempre es un acto político. En una sociedad en la que hay una epistemología binaria en la que ni el discurso médico ni jurídico contempla otro tipo de género que no sea masculino o femenino, afirmarse como trans es situarse en el lugar de la patología y que te apliquen una terapia de género que te permita atravesar esa frontera e ir a otro lugar. Si te opones a ese tipo de diagnóstico médico y protocolo patologizante, se trata siempre y en todo caso de una posición política. Es tan político como el herético que en el siglo XV se oponía a la existencia de Dios. Esta epistemología binaria es la epistemología de la diferencia sexual, que, de todas formas, está tocada de muerte y lleva al menos los últimos 50 años en una crisis extraordinaria.

¿En qué sentido?

En el sentido en el que a partir de los años 40 el propio discurso médico empieza a darse cuenta de que hay una multiplicidad de cuerpos que no pueden ser reducidos a lo binario. Entonces, para dar cuenta de esa multiplicidad inventa la noción de intersexualidad y decide no cambiar la epistemología sexual, sino intervenir físicamente sobre los cuerpos y modificarlos llevando a cabo operaciones que son básicamente una castración genital. Se habla siempre de la mutilación genital en otros países y no hace falta. La mutilación se produce constantemente en los hospitales de Occidente en beneficio del mantenimiento de un sistema abstracto y político que es el de la diferencia sexual.

¿En qué consiste esa multiplicidad?

La realidad es que existe una multiplicidad de vivientes y no dos sexos. Hay una multiplicidad irreductible, cromosómica, hormonal, morfológica o genética, que de ninguna manera puede ser reducida al binario. Eso lo sabe el estamento médico y por eso inventa la noción de género. El sexo era algo fijo, pero frente a eso van a intentar esta noción como algo maleable.

A partir de ahí, ponen una bomba en su propio aparato epistemológico. Ahora, hay una crítica muy profunda desde los movimientos sociales y del propio estamento médico. La ciencia más moderada apuesta por considerar que hay tres, cuatro o cinco sexos. Y otres decimos que no hay necesidad de asignar un género al nacer. Podríamos simplemente decir ‘viene un cuerpo humano al mundo’ de la misma manera que a nadie se le ocurre cuando viene un cuerpo decir que es un cuerpo cristiano. En el siglo XV, sí. La epistemología es histórica, cultural, construida, y además produce violencia y legitima un sistema de opresión. Ahí es donde, no es que me oponga a las feministas, pero sí creo que no se puede seguir con una estrategia de la política de la diferencia.

¿Y cuál debería ser entonces la estrategia?

La estrategia absoluta y real es simplemente la abolición de la epistemología de la diferencia sexual. Y después empezamos una conversación. De la misma manera que la estrategia para los movimientos gays y lesbianos no puede ser el matrimonio homosexual o la adopción. La estrategia es la abolición del matrimonio y de la filiación única. Es ahí donde está la estrategia radical.

Hay voces muy autorizadas del feminismo en España que desacreditan la teoría queer o que no la consideran feminista, incluso apuntan a que interfiere o perjudica en la lucha feminista, ¿qué opina?

Pienso que en los últimos 50 años el feminismo ha estado hecho por lesbianas que se han dejado el pellejo luchando –iba a decir hemos, en el sentido de que yo he sido lesbiana muchos años. Me sigo considerando mujer, lesbiana, heterosexual, homosexual… Todo y nada al mismo tiempo–. Los colectivos lesbianos lucharon, por ejemplo, por los derechos reproductivos de las mujeres heterosexuales. No veo cómo el movimiento feminista que tenemos ahora hubiera estallado sin los años de lucha contra el sida, sin el feminismo negro, el feminismo de las políticas transexuales o el feminismo de las trabajadoras sexuales.

El problema es que ocurre siempre lo mismo. Las luchas se hacen desde abajo y luego se recuperan desde arriba. Ahora es igual y, de repente, vemos un feminismo blanco heterosexual que quiere otra vez indoctrinarnos a todes en una idea de mujer naturalizada. Sin embargo, estamos luchando precisamente frente a ese estereotipo.

¿Cuáles son las consecuencias?

Este es un estereotipo que produce violencia y que legitima la opresión. Yo no tengo ningún problema con aquellas chicas ultra femeninas o ultra hetero, pero definidas con radicalidad. Una chica que exige el derecho a poder casarse, tener hijos, seguir en casa y tener un poco más de libertad, para mí representa un feminismo liberal de derechas que no me interesa. De la misma manera que no voy a hacer un pacto con el PP para definir lo que es la lucha feminista.

Al final, lo que hemos hecho es estructurar los movimientos con políticas de identidad y hemos acabado siendo más mujeres, más lesbianas, más gays –no en sentido cuantitativo–, pero no somos más libres. La cuestión es volver a introducir prácticas de invención de la libertad dentro de los colectivos. El resto, da igual. ¿Qué las feministas se enfadan con la teoría queer? No veo qué problema pueden tener. Yo lo que le pido al feminismo simplemente es radicalidad en sus propuestas: abolición de la asignación de la diferencia sexual en el nacimiento y despatriarcalización radical de todas las instituciones y de todas las administraciones. Veamos, si empezamos por ahí, qué queda de la estructura patriarcal social que conocemos.

¿Cuál es el sujeto del feminismo?

No hay sujeto del feminismo. El sujeto del feminismo es un proyecto de transformación radical de la sociedad en su conjunto. Ese es el verdadero sujeto: el proyecto de despatriarcalización, de descolonización y radicalmente ecológico. Cuando ese sujeto cristaliza y se convierte en la mujer, tenemos un problema. Porque además se va a convertir en un sujeto exclusivo y excluyente.

¿No hay entonces que identificar el feminismo como un movimiento y una lucha esencialmente de mujeres?

No. Aunque dar visibilidad a los colectivos de mujeres que están menos visibilizados y que son objeto de mayores técnicas de opresión es muy importante. Pero eso es otra cosa, no me da la impresión que sea lo que está pasando con muchas partes del feminismo. Yo, evidentemente, no puedo ni quiero afirmar que no podamos decir nunca más mujer, en absoluto. La cuestión es cuál es el sujeto mujer que esta lucha está haciendo visible. Si es el sujeto más oprimido o la alianza de los sujetos oprimidos más allá de la identidad, es otra cosa.

Es decir, para mí un hombre gay absolutamente puede ser un sujeto del feminismo. Lo es precisamente por el altísimo indice de feminización, en el sentido de que hay técnicas de opresión que son aplicadas sobre el cuerpo gay. No me interesa un feminismo que pasa el 90% de sus debates pensando cuál es el sujeto. Esa no es la pregunta, la pregunta es cuáles son las prácticas de libertad y cómo podemos oponernos críticamente a las tecnologías de la violencia que nos oprimen.

Si no, entramos de alguna manera en una nueva taxonomía dentro del feminismo y en una especie de policía interna. No solo ocurre en el feminismo, también en el movimiento trans con ser buen transexual o mal transexual. Al final acabamos en una obsesión identitaria. Lo que propongo es salir de esa identidad y empezar a establecer alianzas críticas.

Desde que habita el mundo de los hombres «como si fuera un hombre» ha comprobado que la clase masculina y heterosexual «no abandonará sus privilegios porque enviemos algunos tuits o demos algunos gritos». ¿Qué se ha encontrado en ese otro lado?

Es peor de lo que yo pensaba. Llevo toda mi vida viviendo en un ambiente totalmente feminista y queer, así que convertirme –entre comillas– en hombre o tener la apariencia que tengo ahora y salir al espacio público para mí es un choque.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, el alto grado de misoginia. Los hombres –me refiero mayoritariamente a hombres heterosexuales– muchas veces hablan de las mujeres como si estuvieran hablando de una subespecie, una cosa muy rara que representa dos modalidades fantasmáticas en su pensamiento: la madre y la puta. Sigue mirando a la mujer, o a lo que el hombre imagina que es la mujer, como un espacio de reproducción o como un objeto de su propio deseo sexual. En algunas conversaciones tengo que decir ‘hace años yo era ese personaje del que habláis que supuestamente es un ser extraño’. Y No. Ese ser es exactamente igual que vosotros, no tiene ninguna diferencia excepto que ha sido objeto de todo un proceso de opresión histórica desde hace siglos.

Hay un proceso movilizador en torno al feminismo que ha estallado con fuerza en los últimos dos años, en España, pero también en otros lugares del mundo. ¿Cómo lo ve?

Para quienes llevamos trabajando en el feminismo toda nuestra vida, que empezamos cuando decir ‘feminista’ era un insulto, ver ahora cómo están las calles y ver lo que ocurre un 8M es una pasada. Es un subidón increíble. Creo que estamos viviendo una revolución. Cuando digo lo de los tuits, me refiero a que seamos conscientes y que tengamos una estrategia colectiva de lucha porque esto es muy profundo. Hay que transformar todas las instituciones, desde la escuela, el espacio doméstico, o los espacios de reproducción. Es un proyecto de transformación cultural y política, probablemente el más amplio y profundo que se puede imaginar junto con el desmantelamiento de las taxonomías raciales que siguen estructurando todas las políticas de migración.

¿Cuál sería su pancarta en un 8M?

Por ejemplo, una que vi en París que llevó una adolescente de 12 años y me pareció una alegría: «Salvemos el clítoris del planeta». Me pareció muy interesante empezar a pensar de otra manera la lucha ecológica y qué supone empezar a poner estos vectores en relación, lo ecológico y lo feminista. Hice hace poco otra sobre promover el sexo anal y el dildo como estrategia para salvar el Planeta. Y es: paremos la reproducción. Es importante hacer una crítica de la producción y de la reproducción. Por eso me opongo también a esas políticas reproductivas que intentan culminar el proceso de normalización de todo lo gay y lesbiano. Por ahí irían mis pancartas.