El filósofo español más internacional, que publica ‘Yo soy el monstruo que os habla’, comenta el nuevo proyecto de ley trans y pide a las feministas trans-excluyentes que den un paso hacia “un paradigma menos violento”
Fuente: EL PAÍS | Álex Vicente | 13 MAR 2021
En noviembre de 2019, Paul B. Preciado (Burgos, 50 años) fue invitado a pronunciar un discurso ante 3.500 psicoanalistas reunidos en el congreso de la Escuela de la Causa Freudiana, poderoso reducto del lacanismo en territorio francés, para que diera cuenta de su proceso transitando como hombre. Subir solo al escenario que le proponía esa asamblea hostil, formada por quienes decretaron que su cuerpo estaba enfermo, le inspiraba cierto respeto, por lo que decidió pedir auxilio a Franz Kafka. Un siglo antes de este inopinado encuentro en París, el autor checo firmó Informe para una academia. Su narrador era un mono que, después de haber aprendido el lenguaje de los seres humanos, se presentaba ante un grupo de altas autoridades científicas para explicarles lo que el devenir humano supuso para él. Aquel día, Preciado se convirtió en ese simio. “Es desde esa posición de enfermo mental en la que me colocan desde donde me dirijo a ustedes”, empezó. “Yo soy el monstruo que os habla. El monstruo que vosotres mismes habéis construido con vuestro discurso y vuestras prácticas clínicas. Yo soy el monstruo que se levanta del diván y toma la palabra”.
Como el cuadrúmano kafkiano, Preciado había aprendido a hablar el lenguaje de Freud y de Lacan, y estaba listo para plantar cara a quienes, durante décadas, habían tenido potestad sobre su psique. “Era necesario que alguien respondiera a quienes han tenido el poder y la soberanía de analizarnos, diagnosticarnos y sentar cátedra sobre nuestras circunstancias”, decía Preciado la semana pasada en una aireada estancia, mitad comedor y mitad despacho —una pièce de vie, que dirían los franceses—, de su piso en el barrio parisiense de Ménilmontant. Hace 15 años les hubiera mandado al garete. Esta vez aceptó la invitación. “En el momento en el que estamos, con su altísimo riesgo político, la psiquiatría y el psicoanálisis no pueden seguir trabajando con conceptos forjados en el siglo XIX, a la luz de un régimen patriarcal y colonial. Es urgente que se den cuenta de su responsabilidad”. El discurso fue explosivo. Le llovieron los insultos, aunque también un puñado de aplausos. Solo pudo leer una cuarta parte del texto que había preparado, lo que hizo que decidiera publicarlo en su totalidad, bajo el título de Yo soy el monstruo que os habla (Nuevos Cuadernos Anagrama).
El volumen, breve pero intenso, de un centenar escaso de páginas en las que cuesta no subrayar casi cada línea, aboga por la superación de los esquemas binarios que determinan la diferencia sexual, que Preciado cree perfectamente superada. No es un llamamiento a la revolución, sino la constatación de que, a su entender, esa revolución ya está teniendo lugar ante la mirada distraída de las masas, en un nuevo Barroco lleno de mezclas imposibles y contradicciones aparentes. “La diferencia sexual muta imparablemente, pero el psicoanálisis sigue paralizado”, afirma el filósofo, convertido estos últimos años en nombre fundamental del pensamiento actual, y para quien seguir creyendo en el complejo de Edipo es algo así “como seguir navegando por el universo con un mapa geocéntrico ptolemaico».
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Preciado, que se define como “hombre trans de cuerpo no binario”, sabe de lo que habla. Su primer contacto con la terapia psicológica tuvo lugar a los 18 años. “Mis progenitores me enviaron a ver a un psicólogo porque en mi colegio de monjas de Burgos les habían dicho, literalmente, que yo no era ni trigo ni cebada”, recuerda entre carcajadas. Su padre convirtió esa expresión profundamente castellana en “una teoría de género axiomática” que le repetía sin cesar. Y Preciado la transformó, con el tiempo, en un lema personal, como miembro honorario de un colectivo acostumbrado a deformar los insultos recibidos y a convertirlos en insospechados motivos de orgullo. Pese a sus críticas, no se opone a la existencia de la disciplina que inventó Freud. “Yo he hecho mucho psicoanálisis. Me parece un instrumento de construcción y de reinvención de la subjetividad increíblemente potente, con todas sus paradojas y perversiones”, admite. No se trata de enterrarlo, sino de cambiar sus dogmas, como ya defienden algunas de las personas que lo practican en la semiclandestinidad, cual remedos de curas modernos. Su punto de vista se aleja del de uno de sus mayores referentes intelectuales, Michel Foucault, que fue un agresivo detractor de la disciplina. “Yo creo que hay que hacer algo con el trauma, el sufrimiento y la destrucción que supone la violencia patriarcal y racista. No basta con decir que eres antianalítico. Estupendo que lo seas, pero la gente está destrozada. Algo tenemos que hacer con eso”, dice Preciado. Se familiarizó con Lacan en sus años neoyorquinos, en aquellos noventa en los que fue discípulo de Jacques Derrida y Ágnes Heller. “Era como la salsa de soja en la cocina asiática: había que poner un poco de Lacan a todo. Quise convertirme en psicoanalista, pero luego derivé hacia la práctica activista. Ese iba a ser, para mí, el lugar de la sanación”.
En ese marco de referencia, alimentado por sus ensayos filosóficos y sus proyectos en el arte contemporáneo, Preciado dedica todos sus esfuerzos a la deconstrucción de la norma, a obrar por una nueva epistemología que deje atrás el binarismo que nos gobierna, a empujar la gran barca social, anclada en arenas movedizas, hacia un cambio de paradigma que ya intuye en las fisuras que presenta el anterior. “El modelo de mis progenitores, que fue el psiquiátrico y el religioso, ha fracasado. Me obsesiona recuperar una filiación que no sea la de nuestres progenitores biológiques, con quienes ya he hecho amorosamente las paces, pero no comparto una genealogía política”, admite, aunque luego asegure que su madre, en otro tiempo perpleja ante esa hija tan rara, ha convertido su peluquería en un salón de debate sobre teoría queer. A Preciado no le interesa encontrar en ese linaje postizo, hecho de “los saberes de supervivencia que desarrollaron históricamente los cuerpos monstruosos”, ningún tipo de relato épico. “Al revés, el aprendizaje real pasa por entender que no necesitas ni una soberanía destructiva ni una narración heroica, que es posible vivir en condiciones de vulnerabilidad, entendida como condición misma de la vida”, sostiene Preciado, que retoma así un término clave en el pensamiento de Judith Butler, a quien está dedicado este libro, y que aparecerá en una película que tiene en preparación, a la vez que termina dos libros —uno sobre la pandemia, y el otro, dedicado a la destitución de Edipo como mito fundador— y organiza una exposición de la artista alemana Anne Imhof en el Palais de Tokyo de París.
Preciado aboga por “una despatriarcalización y una descolonización totales”, hurgando en la herida de procesos abiertos en las sociedades occidentales desde hace décadas, que parece haberse acelerado en los últimos años. “Se trata de desaprender la cultura normativa y de acercarse a la cultura indígena, a la anticolonial, a la antifascista”, señala. “En el caso de nuestra propia cultura, es interesante comprobar la facilidad con la que se reproduce el paradigma fascista. Yo creo que solo podemos empoderarnos a través de una relación crítica con nuestra propia historia”, asegura. Aun así, no comparte “la excesiva conmiseración” que reina en “ese magma político que es España”, de donde salió escaldado tras su cese por el Macba en 2015, al incluir en una muestra una escultura de Juan Carlos I sodomizado. “No creo que el contexto español sea más infame que el francés o el de cualquier otro país europeo”, dice ahora. En realidad, España siempre ha sido un buen laboratorio: “Allí siempre suceden cosas que luego se reproducen en otras partes. Siempre ha habido en España un excelente diagnóstico de los problemas, acompañado de una terrorífica resolución de los mismos”.
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Preciado fue lesbiana radical, persona de género no binario y, finalmente, hombre trans desde 2016, cuando empezó a llamarse Paul, “como las personas esclavizadas cambiaban de nombre cuando compraban su libertad”. “Cuando comprendí que abandonar el régimen de la diferencia sexual significaba dejar la esfera de lo humano y entrar en un espacio de subalternidad, violencia y control, exigí un lugar dentro del régimen de género binario”, afirma en su discurso sobre la aparente contradicción que supone abogar por la abolición de este último y luego definirse como varón. Si es hombre, es por pura supervivencia. “En el contexto español, tampoco hay otras opciones, lo que sí ocurre en Alemania, Australia o Argentina, que reconocen un sexo o género no binario”, se explica. Espera, pese a todo, que las haya en el futuro. “Nos encontramos en un momento histórico de cambio, en el que salimos de un paradigma binario y transitamos hacia otro régimen todavía no definido. Lo terrorífico sería dejar ese proceso en manos de la política, la ciencia o la psiquiatría. Es un proceso colectivo que atañe a toda la sociedad y debe ser objeto de una reflexión colectiva”, zanja.
Dice que su tránsito alteró, inevitablemente, el lugar que ocupa en el espacio social. “Había sido mujer, lesbiana y migrante. Conocía la alteridad, pero no la universalidad”, afirma sobre el hecho de convertirse en hombre blanco. Una posición dominante que parece incomodarle. “Circular por el espacio público, coger el metro o tener cualquier interacción desde esa posición de universalidad te da un conjunto de privilegios que son mucho mayores de lo que uno hubiera podido imaginar”, reconoce. “Aun así, mi universalidad no es gratuita o despreocupada. Soy una persona trans consciente de un proceso de opresión”. En el prólogo de Un apartamento en Urano, compendio de sus artículos para el diario francés Libération,
la escritora Virginie Despentes, su compañera sentimental hasta 2014, afirma que, para Preciado, lo más extraño de convertirse en hombre fue “conservar intacto el recuerdo de la opresión”. ¿Se le olvida, a ratos, la posición del subyugado? “No, lo que se me olvida, a veces, es que soy un hombre. Vivo situaciones para morirse de risa, como entrar en espacios reservados para las mujeres y que me saquen a bolsazos. Eso es lo que el discurso antitrans no entiende: nunca dejas de ser tu propia historia. Yo no soy un hombre, sino la historia de opresión que me ha llevado a serlo”.
A quienes acusan a este colectivo de desdibujar las fronteras entre los géneros, Preciado les responde que el hundimiento del binarismo está teniendo lugar dentro de la propia cultura cisheterosexual. “Asistimos a un paso del modelo fordista de producción a una cultura digitalizada e inmaterial, lo que supone un borrado de la diferencia entre la fábrica y el hogar, que fue constitutiva de lo masculino y lo femenino. El teletrabajo, por ejemplo, es uno de los lugares donde se derrumba el régimen binario”, rebate con su acostumbrada iconoclastia. Para explicar el furor social que despiertan, de un tiempo a esta parte, los derechos trans, Preciado remite a un párrafo de su panfleto: “Hasta que un paradigma es totalmente desplazado por otro, los problemas no resueltos no dan lugar, paradójicamente, a una puesta en cuestión o a un proceso de crítica lúcida, sino a una temporal rigidificación de los presupuestos teóricos del paradigma en crisis”.
Eso es, opina Preciado, lo que está sucediendo con el proyecto de ley trans que se tramita dentro de la coalición de Gobierno. “El enfrentamiento entre PSOE y Podemos es la escenificación de un conflicto entre un feminismo esencialista y cisheteropatriarcal, y otro de tipo expandido, al que podemos llamar transfeminismo. La crispación mediática hace parecer que las feministas más conservadoras son multitud, cuando son una minoría”, afirma. “Eso no significa que me identifique con los argumentos de Podemos. Me parece un debate mal planteado porque sigue teniendo lugar dentro del régimen binario, cuando ya estamos en plena transición hacia otra epistemología. Seguramente este sea el mejor proyecto de reforma que podamos tener, pero yo aspiro a un proyecto de revolución. Me parece un avance positivo y, a la vez, desde el punto de vista filosófico, me resulta insatisfactorio”.
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Se dice feminista, porque su cultura política lo es. “Y, a la vez, como filósofo no puedo sino ir más allá. Lo que me interesa es propiciar una revolución que nos conduzca a la redefinición de un sujeto político que no sea hombre o mujer sino un cuerpo vivo”, matiza. Le sorprende que, ante temas como “la transexualidad, el trabajo sexual, el velo islámico o la gestación subrogada”, el feminismo reivindique “el cuerpo femenino como entidad reproductiva”. “Lo que supuso la opresión de las mujeres durante siglos ahora está siendo utilizado por el propio feminismo como el factor que determina si alguien es mujer o no. Agarrarse a ese naturalismo es su último recurso”, afirma. Lamenta que la generación de feministas que se benefició de la llegada de la píldora se posicione ahora contra las hormonas de los trans. “Ellas han consumido muchas más hormonas de las que podamos consumir nosotres en lo que nos queda de vida. Aquellas que gritaban “no se nace mujer, se llega a serlo”, al calor de Simone de Beauvoir, niegan ahora la posibilidad de una construcción de la feminidad a las demás. Lo que le pediría al feminismo es que sea capaz de hacer un paso con nosotres, los monstruos de la historia, hacia un paradigma que genere menos violencia”.
Cuando publicó su Manifiesto contrasexual (2000), Preciado se topó con una incomprensión total. Dos décadas después, se erige como el teórico de todas las transiciones de nuestro tiempo, como un visionario al que legiones de seguidores leen como si fuera un oráculo. Despentes dijo una vez que escribía para les niñes que aún no han nacido. “Me siento más conectado con la chavalerís que con las feministas no mucho mayores que yo, con quienes es imposible entablar una conversación de ningún tipo. Toda mi vida ha sido un intento de vivir una vida no binaria. Para algunas personas, ese es el futuro. Para mí, es el presente. Me reconozco mucho en les niñes de cuatro años, porque me doy cuenta al hablar con elles de que ya se encuentran en una realidad no binaria”. En el epígrafe de su libro, ha incluido una cita de Victor Hugo, dirigida a esas multitudes que viven engañadas sobre su auténtica naturaleza: “Vosotres sois la quimera y yo la realidad”. Desde Urano, con amor.