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Las primeras medidas del PSC en Barcelona se han centrado en el techo de cristal y en separar la igualdad de los derechos LGTBIQA+. No podemos hacer un feminismo que basa el éxito de unas en la explotación de otras. Un feminismo que no rompe con la heteronorma y el binarismo, se queda corto.

Fuente (editada): PIKARA MAGAZINE | Miriam Solá García | 11 MAR 2024

Cuando el movimiento feminista parecía haber conquistado un importante espacio en la agenda política y mediática asistimos a un cambio de rumbo. Estos meses las feministas contemplamos apenas inmutables un giro significativo en materia de políticas de igualdad al que apenas le están apareciendo voces críticas. El silencio feminista en la izquierda, más allá de la pataleta tuitera en los días que siguieron al nombramiento de la desconocida ministra de igualdad, empieza a ser preocupante. Y esto no va de que sin Irene Montero no vaya a haber feminismo en la izquierda. El feminismo en la izquierda existía antes y más allá del paso de Podemos por el Ministerio de Igualdad. Para algunas, incluso, a pesar. Pero eso da para otro artículo. Son algunas las incógnitas, y bastantes más las certezas, ante este cambio de rumbo. ¿Qué hará el PSOE ahora con las políticas de igualdad? Después de años de disputas partidistas dentro de la izquierda por su hegemonía, ¿para qué quiere el PSOE el feminismo? ¿Y para qué lo necesitan Sumar y el resto de fuerzas de la izquierda?

Una de las primeras medidas del nuevo gobierno del Partido Socialista Catalán ha sido eliminar las políticas LGTBI de la agenda de igualdad

En Barcelona, el giro vivido tras la derrota de la alcaldesa Colau en las últimas elecciones municipales ha supuesto, para empezar y entre otras cosas, la desarticulación de la primera concejalía de Feminismos y LGTBI del Estado. Efectivamente, una de las primeras medidas del nuevo gobierno del Partido Socialista Catalán ha sido eliminar las políticas LGTBI de la agenda de igualdad. Separación que es toda una declaración de intenciones (y de presupuesto): el sujeto del feminismo es uno, “la mujer”. En singular. Ni lesbianas, ni trans, ni personas no binarias, mucho menos los hombres, sean gais o no. ¡Dónde vamos a ir a parar con toda esa gente rara! Una división que ignora el profundo giro cultural y social vivido en las últimas décadas.

Los avances que se han conseguido, gracias a años de lucha por la liberación sexual y de género, han formado parte del movimiento feminista desde sus inicios. Desde las luchas contra la ley de peligrosidad y rehabilitación social en los setenta; pasando por los peores años de la crisis del VIH ; las reivindicaciones de los grupos de lesbianas en los ochenta al calor del movimiento feminista; hasta el reciente movimiento por la despatologización trans o las actuales propuestas queer y transfeministas. La buscada división feminismo vs. LGTBIQA+ es un falso dilema y promueve un enfrentamiento innecesario. Las conquistas feministas son también conquistas para el movimiento LGTBIQA+. Del mismo modo, un feminismo que no haga suya la crítica a la heterosexualidad obligatoria o al binarismo de género se quedará a medias. La imbricación mutua del feminismo con el movimiento LGTBIQA+ es una realidad. Las personas sexo-disidentes forman desde hace décadas parte del tejido social feminista.

Para qué quiere el PSOE las políticas de igualdad es una incógnita que en Barcelona lleva meses despejándose. También muy significativo que, después de ocho años de políticas centradas en mejorar las condiciones económicas y sociales de las más precarias, en la redistribución de la riqueza o la provisión de servicios básicos para todas, la primera campaña del nuevo gobierno se haya centrado en el techo de cristal. Para el partido socialista el gran objetivo del feminismo es que las mujeres lleguen a los consejos de administración y sean directivas. Por eso se centra en el techo de cristal mientras cierra el Vila Veïna (Villa Vecina). Un proyecto pionero en el reconocimiento del trabajo de cuidados que en solo ocho meses ha beneficiado a más de 15.000 mujeres, la mayoría en situación de precariedad, cuidadoras familiares o trabajadoras del hogar, que han disfrutado de fisioterapia gratuita, asesoramiento en derechos laborales, acompañamiento psicológico y emocional o grupos de crianza.

El Vila Veïna desaparece y nos deja también algunas preguntas. Las niñas de la campaña de Collboni serán CEO, directivas en una empresa de tecnología o rectoras de importantes universidades. Pero, ¿qué pasará con las empleadas del hogar sin las cuales las directivas no podrían promocionar laboralmente? ¿Seguirá existiendo un servicio de canguro municipal gratuito que les permita un tiempo de respiro y de conciliación? ¿Podrán acceder a una formación como el Femtech que las inserte en el sector tecnológico si quieren dejar de limpiar casas? ¿Qué pasará con las que necesiten un recurso residencial para salir de su domicilio y escapar de un maltratador? ¿O con las trabajadoras sexuales que ejercen en la calle? ¿Volverán a ser perseguidas por la Guardia Urbana y por la moral abolicionista de las señoras de bien? Muchas son las incógnitas, pero aún más las certezas.

En el 2015 algunas de nosotras llegábamos a las instituciones de la mano de los llamados ayuntamientos del cambio, impulsadas por un movimiento feminista que redibujaba poco a poco el mapa político. Al 15M y las primaveras globales le siguieron las movilizaciones polacas del 2016 por el aborto, el “Ni una menos” argentino y las huelgas feministas en España, Brasil, Turquía o Chile. Una nueva marea que reivindicaba un feminismo al servicio de la justicia social. Feminizar era un término que se nos quedaba corto, también cuestiones como el techo de cristal o la paridad. No era solo incorporar más mujeres a los espacios de poder, sino redistribuir los recursos entre las mayorías. Queríamos llegar a lugares de decisión y de poder, no a costa de otras, si no para mejorar las vidas de las más precarias, dignificar los cuidados o cambiar una ley de extranjería que mantiene una gran mano de obra femenina migrante barata y explotable amarrada a esas condiciones laborales.

Si el feminismo es incómodo también lo es para muchas mujeres, precisamente para esas que están paritariamente sentadas en los consejos de administración de las grandes empresas que le cortan la luz a tu vecina.

En un contexto de fuerte reactividad social y ofensiva reaccionaria, ¿para qué quiere la izquierda al feminismo? ¿Para servir al proyecto liberal del PSOE y ser una vía de promoción social para las que ya tienen más posibilidades? ¿O queremos que sea una herramienta de transformación y redistribución para las que no? Como señalaba Nuria Alabao recientemente en Ctxt, el debate no es si el feminismo debe o no incomodar a los hombres. Si el feminismo es incómodo también lo es para muchas mujeres, precisamente para esas que están paritariamente sentadas en los consejos de administración de las grandes empresas que le cortan la luz a tu vecina. No hay nada que sirva más a la extrema derecha, y que borre mejor las diferencias de clase o raza, que situar el debate feminista en términos de guerra de sexos. Para frenar a la extrema derecha necesitamos articular la conversación en otros términos. Esto no va de molestar o no a los hombres, sino de elaborar un programa feminista que interpele y nos incluya a todo el mundo, que se haga cargo de mejorar las condiciones materiales de la gente. La izquierda necesita al feminismo para frenar esta oleada reaccionaria, pero no cualquier feminismo. Un feminismo por la educación gratuita y de calidad, por los servicios públicos, por un sistema de cuidados, por el acceso a la vivienda y a la sanidad, por los derechos laborales o por la regulación de las personas migrantes. Un feminismo, también, plural e inclusivo, del goce y la alegría que proponga una vida mejor y un futuro más feliz para todas.