Desde que recuerdo, llevo respondiendo a preguntas que no quiero ni debería recibir. Pero a nosotras nunca se nos dan explicaciones.

Fuente (editada): EL SALTO | Laura Terciado | 20 DIC 2023

Estoy bastante cansada de dar explicaciones. Desde que recuerdo, llevo respondiendo a preguntas que no quiero ni debería recibir: ¿No serás lesbiana? ¿Preferirías ser un chico? ¿A ti te baja la regla? ¿Te gustan todas las chicas? ¿Y vosotras cómo folláis?

Y nunca vale un sí o no. Nunca sirve un “y a ti qué cojones te importa”. Hay que dar explicaciones.

A cualquier persona homosexual, bisexual, asexual, le persiguen las preguntas de personas conocidas y desconocidas, de familiares, profesionales médicos o educadores desde antes incluso de ser plenamente consciente de su propia identidad sexual. Lo mismo les ocurre a las personas trans, a las no binaries, a las intersex.

Esas preguntas que no entienden de respeto o límites, porque cualquiera puede preguntarte lo que le apetezca, claro. ¿Qué quieres? Es que eres la primera persona así que conozco, es curiosidad, si yo respeto muchísimo, te ofendes porque quieres.

Desde que eres joven, aprendes a dar explicaciones. A justificar tu existencia, a aclarar las dudas de gente a la que no le importas nada. Y según vas creciendo, esas dudas trascienden el plano personal y se extienden al sociopolítico. ¿Qué más quieres, si ya os podéis casar? ¿Qué derechos te faltan que tengamos los demás? ¿Queréis también una paguita? ¿Para cuándo el Día del Orgullo Hetero? Pero, ¿para qué os manifestáis tanto, si sois iguales que el resto?

Ahora, hay una nueva que no paro de escuchar y que estoy segura de que será la protagonista de todas las mesas navideñas. He recibido decenas de veces la misma notificación en el móvil. Llegaba desde X, desde Instagram, desde el WhatsApp. “Dime tres derechos que os quite Ayuso con la derogación de la ley Trans”.

Y tenemos que explicar una vez más que una ley estatal no es lo mismo que una autonómica, que hay competencias como la educación o la sanidad que controlan las CCAA, por mucho que haya una ley estatal. Tenemos que explicar de nuevo que el 22 de diciembre se aprueba en la Asamblea de Madrid la modificación de las leyes 2/2016 y 3/2016, las leyes LGTB, y que es el primer recorte en derechos sociales de las últimas cuatro décadas. Que nosotras somos las primeras.

Nos toca enumerar los derechos que se conquistaron y ahora se pierden, que la derogación de varias partes de estas leyes hace que, de nuevo, no se garantice que una persona sea tratada en conformidad a su identidad en ámbitos públicos y privados y que tampoco necesariamente será identificada en la documentación oficial.

Las modificaciones hacen que volvamos al estigma, a que el reconocimiento de la identidad de género ya no sea libre, se patologice y haya que volver al plano de la psiquiatrización y medicalización. Que tengamos que seguir escuchando eso de que no hay agravante en los delitos porque “no nos matan por maricones o trans, nos matan por ser personas”. Otra vez, se nos desprotegerá en las escuelas e institutos mientras se prohíbe hablar de nuestro colectivo con la excusa de proteger a las infancias.

Pero da igual, porque nunca es suficiente. Las personas LGTBIQA+ damos una y otra vez explicaciones. Exponemos y diseccionamos las razones, nos manifestamos pacíficamente, intentamos hacer pedagogía. Pero, sobre todo, respondemos una y otra vez a las mismas preguntas. Damos explicaciones. Una y otra vez. Aunque no se nos escuche.

Y, mientras tanto, a nosotras jamás se nos dan. Aunque preguntemos el por qué de arrebatarnos nuestros derechos, nunca hay respuesta. Aunque seamos quienes merecemos una explicación.