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La platense de 22 años viene de ser bicampeona a nivel amateur y ahora quiere hacer historia en Primera División. La lucha por la identidad, la carrera de enfermería y su respuesta a los prejuicios.

Fuente (editada): Página/12 | Malva Marani | 09 de enero de 2020

Mara Gómez tiene conducta: pide el helado más chiquito, porque ya arrancó la pretemporada con Villa San Carlos. El heladero la mira, llena con generosidad la tacita, que rebalsa de frutos del bosque, quizás sin saber que quien acaba de entrar en su negocio está cerca de cumplir un sueño: si la Asociación del Fútbol Argentino autoriza su incorporación como refuerzo del Villero, Mara se convertirá en la primera futbolista trans en disputar un torneo argentino de Primera División.

Mara tiene 22 años pero sus palabras encierran más edad, más calle, más piel curtida por el dolor. «Para mí, no hay peor asesino que la sociedad cuando discrimina», sentencia de golpe, en un pasaje de la entrevista que le dio a Página/12 en La Plata. A las cifras que aterrorizan con los crímenes de odio contra personas trans o la expectativa de una vida que ronda los 35 años, la delantera de Villa San Carlos le aporta su propia historia.

A los 15 años, en plena adolescencia, cuando empezaba a reconocerse como ella quería, un día la exclusión y la discriminación la abrumaron tanto que la desesperanza pudo más. Mara salió de su casa y encaró las dos cuadras que la separaban de la avenida 520. Una vecina que la quería, la notó rara y la empezó a seguir. «Mi idea, en ese momento, era llegar a la avenida y matarme abajo de cualquier vehículo que pasara. Fue mi vecina Adriana, que hoy es una gran amiga, quien me agarró, se sentó conmigo, y me rescató ese día», recuerda la futbolista que viene de ser bicampeona con el club Las Malvinas en la Liga Amateur Platense.

Esa amiga sorora fue una de las que, en esos tiempos, le presentó el fútbol, que se volvió un aliado invaluable en su lucha por sobrevivir. Enfrente de su casa un grupo de vecines armaron una canchita y había un equipo de chicas, que la invitaron a sumarse. «Jugar a la pelota era una descarga emocional y lo sigue siendo. Pero en ese momento yo no quería vivir, tenía muchas ganas de matarme, no podía sobrellevar todo lo que atravesaba. Y el fútbol fue mi terapia y también mi manera de socializar, porque me permitió conocer un montón de gente».

Mara en acción con la camiseta de Las Malvinas

Mara en acción con la camiseta de Las Malvinas

-¿Por qué era eso el fútbol para vos?

-Yo no sabía mucho de fútbol, lo que sabe todo el mundo. Acepté jugar, me cagaba de risa, era muy mala, pateaba para cualquier lado. Me di cuenta que me estaba haciendo bien, estaba atravesando ese proceso de cambio y me ayudó a superar todo lo que estaba pasando y a aceptarme en medio del dolor. El equipo donde jugaba me apoyaba un montón: si un equipo no quería jugar porque estaba yo, ellas no jugaban. ‘O juega Mara o no jugamos’, ese era su principio. Cada vez que yo jugaba, por más mal que lo hiciera, estaba muy centrada en el fútbol y me olvidaba de mi alrededor. Era un momento de distracción. Me mandaron arriba, pero sólo corría, no sabía jugar, pateaba un penal y la pelota se iba para cualquier lado, no entraba nunca en esa época. Pero mis compañeras confiaban siempre en mí.

-¿De dónde venía tu dolor?

-Lo que más me dolía era que yo no podía ser del todo quien quería ser. Recién estaba empezando mi tránsito social y me costaba mucho el hecho de que cada cambio que yo hacía era muy notorio y siempre había una palabra por detrás. ‘Puto’, ‘trolo’, ‘travesti’… A veces quería hacer oídos sordos, pero cuando llegaba a mi casa era mucho y todo cargaba sobre mí.

-Todavía no fichaste y ya muchas personas hablan de «ventaja», refiriéndose a que existiría una diferencia física tuya sobre el resto de las jugadoras. ¿Qué opinión tenés?

-La sociedad esta acostumbrada a quedarse con un cubito de información y, con ese cubito, complican todo. Yo pienso que vos podés tener fuerza y velocidad, pero si no tenés táctica, inteligencia y otras capacidades, no te sirven de nada. Creo que tiene que ver con la capacidad y el entrenamiento, no con la biología.

-¿Creés que ese debate está contaminado de otros prejuicios culturales?

-Sí, totalmente. Costó un montón que se piense al fútbol como un deporte para todo el mundo. Acá el femenino existe hace años y, sin embargo, hace poco se lo reconoce. ¿Por qué un hombre va a jugar mejor que una mujer? Es obvio. Apenas empieza a caminar, al varón le hacen patear una pelota. Las nenas capaz a los 10 o 12 años empiezan a jugar al fútbol, si les gusta. Quizás me equivoco, pero yo lo veo así. Si fuera una cuestión de hormonas o de estado físico, miralo a Messi: mide 1,60, juega con hombres y contra hombres, ¿por qué a él lo siguen siempre cuatro? ¿Me explico? No es el mejor jugador del mundo porque tenga más hormonas que todos. No es el más macho de todos en el fútbol, es el mejor jugador.

La delantera viene de ser bicampeona y de marcar 16 goles en la última Liga Platense

La delantera viene de ser bicampeona y de marcar 16 goles en la última Liga Platense

La hora de la identidad

A la edad en la que muchas de sus compañeras soñaban con el vestido de los 15, Mara Gómez lidiaba con un mundo que no se conformaba con discriminarla o excluirla. La peor de las violencias la golpeaba cuando negaban su existencia, invisibilizando su identidad. «En la escuela no podía entrar al baño de mujeres, y como yo no accedía a ir al de varones, me ofrecieron un baño para personas con discapacitad. Y a veces hasta estaba cerrado», recuerda Mara de aquellos tortuosos días de la secundaria. También odiaba enfermarse y tener que ir al hospital, donde sabía que la nombrarían con un nombre que no sentía suyo. Las incomodidades se aplacaron un poco cuando pudo conseguir su nuevo DNI, con la mayoría de edad, luego de haber iniciado el trámite a los 16 años y que le ganaran los obstáculos. Era 2013 y los medios hablaban de Luana, la primera niña transexual del mundo en obtener su documento de acuerdo a su identidad autopercibida, en un trámite administrativo, sin recurrir a la Justicia argentina. «En ese momento, circulaba por todos lados la noticia de la niña trans que, a sus seis años, había logrado cambiar su DNI. Yo tenía diez más y no podía conseguirlo», se acuerda.

Los prejuicios

«Se trata de ir derribando muchos paradigmas antiguos y patriarcales, que no son lógicos -reflexiona Mara-. Yo ya dejé de leer los comentarios que se refieren a mí, porque me daban dolor de cabeza. Lo primero que dicen es: ‘Es un tipo vestido de mujer, nació hombre, va a morir hombre y siempre va a tener más ventaja que una mujer, porque tiene más fuerza: le va a romper una pierna a alguien’. Ya hasta me ponen como una persona agresiva. ¡Es fútbol, es deporte, no quién patea más fuerte la pierna de quien! Es lamentable tener que lidiar con estas cosas y es muy difícil sobrellevarlo. Yo conozco un montón de chicas que patean más fuerte que yo. Lo viví en la cancha y puedo demostrárselo a cualquiera: puedo encontrar 20 jugadoras que tienen la patada más fuerte que yo y otras 20 que corren más rápido. Antes, en los Juegos Olímpicos, una mujer no podía competir porque eran sólo para hombres, y hoy las vemos haciendo cualquier tipo de deporte. Y, si vamos al caso, a nivel social, antes la mujer no trabajaba porque no se la consideraba competente. Y eso no tenía nada que ver ni con el físico ni con la velocidad ni con la fuerza. Era por un prejuicio social».

Hablemos de fútbol

-Volviendo al fútbol, ¿cómo te afianzaste como delantera?

-Me gustaba porque estaba acostumbrada a correr arriba. Fue mi primera posición. Me di cuenta de que era mi lugar porque, aunque me ponían de defensora, siempre terminaba arriba, no me quedaba quieta nunca. Ahí me di cuenta de que lo mío era ser delantera.

-¿Cuáles son tus características?

-Tengo un montón de goles, pero no quiere decir que haga piruetas, ja. Soy malísima haciendo eso. Siento que tengo un poquito de todo como delantera. Y me gusta mucho enganchar. Juego por las dos bandas y manejo las dos piernas. Soy más derecha, pero si me ponen por izquierda puedo enganchar para adentro y pegarle con derecha o con zurda.

-¿Cómo fue tu ascenso en el fútbol?

-Mi primer equipo fue ese del barrio, el de la canchita enfrente de casa, que se llamaba Las Lolitas, en honor a nuestro entrenador de entonces, que se llamaba Lolo y a quien queríamos mucho. Con ese equipo fui excluida de varios torneos, porque no tenía mi DNI y sufrí un montón esas exclusiones. Me acuerdo que, en uno, hice un gol en contra y aun así se quejaron de mí. Volví a casa llorando y decidí alejarme un tiempo del fútbol.

-¿Y qué pasó?

-Estuve como un año lejos de las canchas. Hasta que cumplí los 18 y me llegó mi DNI con mi nueva identidad. Ahí me dije: «El fútbol me salvó la vida, literalmente, me ayudó un montón y además me gusta. Voy a ver si tengo la oportunidad en un club». Entonces fui a probarme al club Toronto City, de acá de La Plata. Me acuerdo que éramos como 20 o 30 las que habíamos ido ese día. El entrenador de ese momento me dijo: «Acá a vos se te van a abrir las puertas como a cualquier persona, sos una mujer y vas a ser la primera jugadora trans del club y de la LIFIPA (Liga Independiente de Futbol Infantil Platense Amateur)». Elles me abrieron las puertas, pero se armó un debate en la liga, porque si bien más de la mitad estaba de acuerdo con mi incorporación, el resto no. Hasta que el presidente de la liga lo definió: «¿Mara tiene documento? ¿Sí? Bueno, la chica es chica, tiene derecho a competir y lo va a hacer». Así fue que me dio lugar y me dejó competir.

-Ya en tu primer club formal, ¿cómo te recibieron?

-Mis planteles me recibieron bien siempre. Nunca me sentí excluida dentro del equipo. Mis compañeras me halagaban, me deseaban lo mejor y todas esas cosas me fueron ayudando. Lo que sí sufrí fue mucho bullying de parte de las hinchadas, hasta que me conoció todo el mundo en La Plata y ya no lo sufrí más, ni de la hinchada ni de las rivales.

-¿Cómo lo superaste?

-Al principio, me dolía un montón, porque era algo nuevo para mí. Lo fui sobrellevando porque hacía oídos sordos. Además, soy una persona que jugando al fútbol se enceguece y realmente me pongo sorda: aunque quiera, automáticamente no escucho nada de lo que dicen ni dentro ni fuera de la cancha, sólo a mis compañeras. Además, yo ya tenía el apoyo de mi equipo y no necesitaba el de más nadie. Y ya no era tan vulnerable: podían decirme cosas en la cara y ya no reaccionaba.

La vida en sociedad

-La esperanza de vida de las personas trans en nuestro país es bajísima, entre los 30 y 40 años. Cuando decidiste ser quien eras, ¿eso te daba miedo?

-Sí, me daba miedo salir a la calle y sentirme perseguida por todos. Cuando era adolescente, me enteraba de que asesinaban a muchas chicas trans, que había mucho maltrato. Tenía miedo de ir al centro y que me caguen a palos, que me terminen matando.

A Mara ya no le da miedo, pero le da bronca. «Le tienen repudio a las chicas que trabajan entre 1 y 60, pero cuando vas a buscar laburo no te dan porque sos una chica trans. ¿Sabés cuántos currículums llevé yo personalmente, presenciable, bien vestida? El currículum ni lo veían, pero a mí me miraban de arriba a abajo y me hacían gastar plata en el boleto. Y después no me llamaban nunca», se enoja la futbolista. Hace unos años, hizo un curso de manicura y hoy vive de eso. También hace alisados y trabaja limpiando en la casa de una familia, a la que le agradece porque, cuando se quedó sin trabajo, la contrataron y con ese ingreso hoy paga sus estudios. La mitad de la fe de Mara en relación a su futuro pasa por ahí. «Apuesto por mi carrera de enfermera, el título es mi esperanza», sueña, mientras cuenta las materias que le faltan para recibirse. Si todo va bien, en agosto del año que viene lo conseguirá. Desde primer año empezó sus prácticas, en el Hospital de Niños y el Melchor Romero, y se ilusiona porque allí, dice, el universo parece más amigable.

AFA tiene la pelota

La otra mitad de su fe, claro, la deposita en el fútbol. «Tengo esperanzas de que la AFA me entienda», vuelve a soñar. Más allá de lo que resuelvan en la calle Viamonte, la que ya la entiende es la ley: desde 2012, la Ley Nacional Nº 26.743 establece el derecho a reconocer la identidad sexual de todas las personas. Sobre ella se apoyan los sueños de Mara, que mira su celular, que suena y suena, y se sonríe ante un mensaje que le llega desde España: es Ruth Bravo, integrante de la Selección que jugó el Mundial de Francia y actual Rayo Vallecano. Y, mientras se ilusiona, disfruta de ver jugar a sus referentes. «De Messi miro cómo mueve los pies», explica, y suma a Banini y Bonsegundo entre sus espejos, además de contar que todos los días mira videos de Ronaldinho de su época de jugador.

-¿Soñabas con jugar en Primera?

-Siempre lo vi imposible. Ni lo pensé. Hasta que se me empezaron a abrir oportunidades por todos lados, como ahora. Sin buscarlo. No perseguí especialmente ser jugadora de AFA, yo quería jugar al fútbol, quería un equipo. Y no fui a Villa San Carlos porque estaba en AFA, sino porque quería jugar ahí.

-¿Por algo especial fuiste a Villa San Carlos?

-Yo jugué en Cambaceres de Ensenada, que es el rival clásico de Villa San Carlos. Pero en el fútbol femenino, los clásicos se viven diferente, y, quizás termina el partido y una jugadora de Cambaceres y otra de la Villa se terminan abrazando. Así que conozco un montón de chicas de ahí. Hoy, Villa San Carlos está último en la tabla y lo único que quiero hacer es aportar. No digo que le voy a hacer ganar todos los partidos porque no va a ser así, pero sí vamos a hacer lo posible para quedarnos en Primera.

-Y si tuvieras a un dirigente del fútbol dudando sobre la posibilidad de que todes pueden jugar a la pelota, ¿qué le dirías?

-Le preguntaría por qué está en el fútbol y qué siente por el fútbol. Y, si me llega a dar vuelta la cara, le preguntaría si alguna vez sintió lo feo que es que te den vuelta la cara. Por lo menos para que se ponga en mi lugar. Lo único que les pido es ser escuchada. Cuando me digan qué sienten por el fútbol, yo les voy a decir qué hizo el fútbol por mí.

-¿Qué hizo?

-A mí me salvó la vida. Si no hubiera conocido el fútbol, capaz que ni estaba acá, porque llegó en un momento en el que no tenía esperanzas de seguir viviendo.

Se apaga el grabador. «¿Cómo hacés para soportar a la gente que pasa y te mira mal?», le pregunta el heladero, desde el cariño que da la admiración. Y Mara, sentada en la heladería que queda justamente en esa avenida a la que hace unos años por suerte nunca llegó, le explica, a él y a quien quiera y no quiera escuchar. «Me acepté. Me amo. Y ya no me importa cómo me miran los demás».