De nuevo el tercer sábado de octubre nos alcanza con una jornada reivindicativa contra la patologización de las identidades trans, lo que nos recuerda que no hemos avanzado y el mucho trabajo que queda pendiente. Y también nos recuerda el sufrimiento que todo esto conlleva.
En esta sociedad de política trilera, donde el retorcimiento de las palabras son los cubiletes del poder, campa a sus anchas la transfobia.
La ley prometida que no llega de manos de un gobierno que se divide o no en partidos según convenga. Querer despatologizar se hace con palabras, también con las del Presidente y la Ministra de Igualdad, pero nunca sin hechos. Es necesario legislar, pero también posicionarse ante discursos patologizadores lanzados desde el poder compartido, que no han sido afeados ni rectificados. Las disciplinas de partido han silenciado gobiernos autonómicos aliados con el colectivo y los Derechos Humanos, gentes con las que ya promovimos otras leyes. Y también han silenciado a quienes salieron a las calles en aquellos tiempos donde el movimiento 15M movilizó a la ciudadanía y lanzó a conquistar el cielo a quienes hoy miran a otro lado.
No hace falta estudiar mucho ni enredarse en las palabras para reconocer jurídicamente los derechos, ese trabajo ya está hecho. Desde el activismo y también desde estamentos de DDHH europeos y mundiales.
Sabemos que desde la oposición es posible otro discurso, aún no sabemos si más honesto, más atrevido o más engañoso, estamos expectantes.
Y el gran problema no son las identidades trans, ni sus cuerpos, sino la mirada enferma de quienes les catalogan, de quienes desde el púlpito paternalista de su poder y su privilegio cis no se ponen en sus zapatos, congratulándose por lo avanzado sin entender que sus miradas son las que hacen más daño.
Las familias de Euforia seguimos en la lucha contra la patologización, beligerantes con los poderes opresores, defendiendo la dignidad y libertad de ser del colectivo trans. Y desde el amor, porque nuestro amor es revolución.