Autora: Julia y Carla
¡Mami, mami! ¡Cuéntame otra vez mi historia!
¿Otra vez?
¡Sí, por favor! Me encanta escucharla, ya lo sabes. Anda, mami, otra vez, por favorrrrrrrrr.
Con esa cara es imposible negarte a algo y, además, hace frío y llueve fuera. Cogeremos nuestra manta favorita, nos acurrucaremos en el sillón y te la cuento, cariño.
¡¡Eres la mejor mamá!!
¡No sabes cuánto me gusta ver la cara de alegría que pones cada vez que te la cuento!
Yo voy a por la manta mami y tú te encargas de ir haciendo memoria para no olvidar ningún detalle de mi historia.
¡De acuerdo!
Ya lo tenemos todo, ¿empiezo ya?
¡¡¡Pero mamá, qué pregunta más tonta!!! ¡¡¡ Pues claro que sí!!!
Vaaaaleeeee, prepara tus orejas y disfruta.
Naciste diez días más tarde de lo previsto, a las 3:30h de la tarde, cuando la primavera estaba finalizando. Lloraste como hacen todes les bebés al nacer y tu pelo era rojizo. ¡¡Como lo oyes!! ¡¡¡Era rojizo!!!. Pero con los meses te cambió a un color rubio precioso.
¿Aún lo tengo precioso, mamá?
¡Precioso no, preciosísimo!
Cuando tu hermano te vio por primera vez, te hizo la promesa más bonita que jamás había escuchado.
¡¡Repítemela mamá!!
Con sus cuatro años te prometió cuidarte para siempre, y tú agarraste su dedo con tu pequeña mano. Te voy a decir una cosa, aunque ambes habéis crecido, esa promesa se sigue cumpliendo por su parte, y tú también lo haces con él, a pesar de que, a veces, los abrazos y risas se convierten en discusiones y enfados en casa…
¡¡¡Pero mamá!!! ¡¡Que te has quedado mirando a la nada y has dejado de contarme más!!!
¡¡Ay perdón, cariño!! Recordaba vuestras caritas.
¿Por dónde iba?
Era une bebé, mamá…
Ahhhh, sí, eras une bebé risueñe.
Pasaron los meses y años con sus cuatro estaciones, una tras otra. Tu primera palabra fue “ma-má”. Y después tu lengua de trapo empezó a aprender otras, y así el primer nombre que salió de tu boquita fue el de tu hermano. ¡Ya sabes lo orgulloso que se pone cada vez que nos lo recuerda!
Y te encantaba dar tortazos a tu padre para despertarlo de su siesta. Esto está grabado en vídeo y no lo puedes negar.
En la guardería aprendiste a pintar. En casa pintabas también, pero no te conformabas con folios para colorear. Elegías lienzos tan grandes como paredes, armarios o radiadores. ¡Madre mía, pintabas en todos lados! Ahora dibujas muñecas con vestidos muy bonitos.
¡Aún tenemos una pintura en el radiador del salón!
Cierto, ¿Pero sabes qué dibujo tuyo me gusta más, «artista»?
La verdad es que no lo sé, mami…
No está hecho con pintura. El año pasado rayaste la mesa del salón con un bolígrafo con forma de dos corazones y la palabra «mamá». A mí me encantó, pero tuve que regañarte para que no lo volvieras a hacer.
¡¡Lo recuerdo!! Pensé que te ibas a enfadar mucho más, pero me abrazaste muy fuerte. Me dijiste que era lo más bonito que nadie había hecho por ti. Te quiero, mamá.
Y yo a ti. Sigo contándote cosas, cariño.
Fuiste un ángel en la función de la guarde, y desde ese momento ese disfraz y tú fuisteis inseparables. Te veías genial con él, tan blanco y largo hasta los pies. Para ti era el vestido perfecto. Con él inventabas historias de hadas o de castillos encantados. Eras muy feliz y tu sonrisa iluminaba la habitación. Empezaste a pedir que te hiciera dos coletas en lo alto de tu cabecita de 3 años, y con el pelo tan corto era una tarea difícil. Luego ibas corriendo a mirarte al espejo con tu nuevo peinado y para mí no había persona más linda que tú. Y en casa de tu abuela Kuki te chiflaba ponerte sus largos y bonitos collares.
Al empezar el colegio, los bolsillos de tus babis empezaron a llenarse de tesoros perdidos. Eras como Dora la exploradora y su mochila, porque en ellos podíamos encontrar de todo: horquillas y coleteros de colores, anillos, diademas, flores, pulseras… Esos son los tesoros perdidos de los que antes te hablaba. Muchos de ellos llenaron tus cajones.
Al llegar el invierno te compré un gorro de lana muy calentito, te lo ponías dentro de casa también porque con él parecía que tenías trenzas. Te hacía sentir tan bien que hasta en verano te veíamos con él puesto.
¡Me encantaba!
¡Uy, mira! ¡está escampando, tesoro! –La mamá mira a la ventana–
¡Mira mamá, el arcoíris! ¡Qué bonito es, siempre me alegra el corazón!
A mí también, tesoro.
Mamá…
Dime…
Tú también eres un tesoro para mí.
Gracias.
Sigue, mami.
Toca hablarte de rascacielos bajo tus pies. ¡No me mires así, que aún no estoy loca!
¡Aún no, pero te falta poco! Jajaja
Te lo explico si me dejas. Te fascinaban mis tacones y te los probabas. Eran enormes y demasiado altos para tus pequeños pies. También te paseabas por casa con mis camisones de verano. Y en casa de tu prima Candela te vestías con todos sus vestidos y disfraces de princesas y luego os pintabais las uñas. Y cuando llegaba el verano, te bañabas con sus bikinis de volantes.
¿Y no jugaba con mis juguetes?
Claro que sí. Has tenido muchos juguetes y de diferentes clases. Pero ahora tu habitación está llena de peluches, bebés y muñecas. Aún todavía queda algún coche o balón, pero desterrados en algún rincón. No te gustan demasiado.
Mamá, es que me divierto más con mis muñecas, y me siento feliz durmiendo con ellas.
Cada persona se divierte con lo que le gusta. Los juguetes son para todes, para chicas, chicos y chiques. Igual ocurre con los colores, ni el rosa es de chicas ni el azul es para chicos. Al igual que el pelo corto y largo, lo podemos llevar todes. Con la ropa debería pasar igual. La felicidad es hacer lo que te gusta y con las cosas que te gustan, y da igual su forma o color. ¿Entendido?
Llevas razón, mamá.
Las madres lo sabemos todo, no lo olvides.
Tengo amigas geniales, y amigos también. Juego mucho con elles en el recreo.
Lo sé, desde que ibas a la guardería eso no ha cambiado. Eres feliz a su lado y sabes que te quieren.
Mi corazón me lo dice.
Hazle caso siempre, es sabio.
Llega el final mamá…
Pues escucha atentamente esta parte.
El paso de los años me mostraba cómo eras. Todes podían verte, salvo una parte maravillosa que sólo tú y yo podíamos ver. Y un atardecer, con casi 7 años, me dijiste:
«Mamá, yo me siento chica con un cuerpo algo diferente al de mis amigas. Soy una chica, mamá.»
Mi chica valiente me habló de esa parte que nadie más veía salvo tú y yo. Estaba esperando a que fueras tú la que dijeras esas palabras. En ese momento sólo me importó tu felicidad.
«Eres una niña más. Te queremos tal y como eres.»
Tenías miedo a contárselo al resto, era normal. En ocasiones es difícil abrir tu corazón, pero llegó el día en que tú fuiste más fuerte que ese miedo. Y así fue como empezaste a contárselo en los recreos a algunas de tus amigas y algún amigo. Siguieron a tu lado, nada cambió. Y al poco tiempo, con los ojos llenos de emoción, me dijiste: «¡estoy preparada, mamá!». No querías ocultarte más, deseabas que todes te vieran como eres, toda tú…
«¡¡Bravo por ti!!», te dije.
Y ahora, mamá, si no te importa, sigo yo. ¿De acuerdo?
Claro que sí, es la historia de tu vida. Adelante, no tengas miedo.
Hola compis, soy una chica y siempre lo he sido, solo que nadie lo sabía, solo yo y mi mamá que se lo imaginaba. Se equivocaron cuando nací y los médicos dijeron a mis adres que era un niño.
Sigo siendo la misma persona, pero con nombre nuevo. A partir de hoy quiero que me llaméis Carla. Empiezo un nuevo capítulo de mi historia y quiero que sigáis siendo parte de mi vida, como lo habéis hecho siempre. Os quiero.