La juventud que no se identifica ni como hombre ni como mujer, sino como persona no binaria, es una realidad cada vez más visible enmarcada en un proceso más amplio de cuestionamiento de la identidad sexual que está atravesando a la ‘Generación Z’
Fuente (editada): EL DIARIO | Marta Borraz | 2 JUL 2022
Él, ella, elle… A Martí Sabaté, de 16 años, no le importa demasiado qué pronombre utilicen les demás para mencionarle, pero tiene claro que no se identifica ni como hombre ni como mujer. Kiwi (15) no se llama de esta forma en su DNI, pero prefiere que se refieran a ella por este nombre elegido, aunque no todo el mundo lo hace. Para Alba es “realmente conflictivo” que le digan que es una mujer. “Porque no lo soy, simplemente”, afirma a sus 27 años. Grey (22) acaba de terminar Trabajo Social en la Universidad de Vigo y asegura que aunque a sus progenitores “les sigue costando” entender quién es, una de las primeras cosas que le dijeron es “que lo importante es que fuera feliz”.
Son personas identificadas como no binarias, un espectro de identidades que se engloban en el paraguas trans y que están fuera del dualismo habitual. No se sienten hombres ni tampoco mujeres o fluctúan entre les dos, han asumido el pronombre neutro elles y buscan ser reconocidas por el entorno que les rodea. Lo que encarnan es disruptivo para un mundo que todo lo divide en masculino o femenino, son objeto de debate incluso en el movimiento feminista y aún resultan ajenas e incomprensibles para una gran parte de la población, pero la realidad es que la identidad no binaria resuena cada vez con más fuerza en la Generación Z, la de quien ha nacido entre 1994 y 2010.
En clase de Kiwi hay otras cuatro personas no binarias más. “Primero me di cuenta de que me gustaban las chicas, pero nadie me había explicado que, simplemente, puedes no tener género”, recalca usando indistintamente pronombres masculinos y femeninos. Con elle no se siente representada, aunque lo emplea con naturalidad para hablar de les demás, pero sí prefiere un nombre neutro. Parte de su entorno sigue usando el que le pusieron al nacer, algo que “a veces” le incomoda porque “es bastante femenino”. Quienes sí le llaman Kiwi son sus amistades o su profesora de dibujo, que el primer día de clase preguntó si alguien quería que se le tratara de otra forma a como aparecía en la ficha. “Es como mejor me siento”, afirma.
A Alba, 12 años mayor y nacide en un pueblo de Pontevedra, la experiencia le hace eco. “Ha sido bastante complejo, cuando era pequeñe me miraba al espejo y no me reconocía, siempre ha habido algo que no encajaba hasta que en 2015 encontré lo no binario, fue una liberación porque me hace sufrir que me categoricen como mujer”, asiente. Martí, por su parte, califica de “alivio” entender “que había esta posibilidad” tras una infancia “cargada de dudas”, de sentir que “algo no cuadraba” en eso de “ser chico”. “Está claro que se puede ser un hombre y no responder a los estereotipos de género, pero yo no me siento identificado ahí”, cuenta este joven de Barcelona.
Una opción cada vez más real y viable
La juventud no binaria es aún una inmensísima minoría. Según un estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, un 1,9% de los estudiantes de secundaria se identifican así. Sin embargo, quienes están cerca de elles observan que estas identidades son cada vez más comunes. “Los imaginarios han cambiado y abrir este espectro da la opción de situarse ahí, cosa que hace diez o 15 años no era una opción tan real y tan viable. Son personas a las que el género asignado les genera malestar, no es su sitio y les está oprimiendo y empiezan un proceso de romper con él”, señala Elena Longares, responsable en Barcelona de Cruïlles, el servicio de acompañamiento a jóvenes LGTBI+ del Centre Jove d’Atenció a les Sexualitats (CJAS).
La experiencia que tiene con quienes atiende en el servicio es que “suelen tener claro que son trans, cómo quieren que se refieran a elles y cómo relacionarse con el mundo. La sociedad te da solo dos opciones y cuando empiezan a indagar se les abre un espectro enorme y a partir de ahí pueden no encorsetarse”, dice Longares. Bárbara Sáenz y Ruth Arriero, que forman Serise Sexología y recorren las aulas impartiendo talleres de educación sexual, describen un doble relato: “Hay quienes se identifican como personas no binarias y detallan un sentir muy profundo y muy personal y quienes se oponen a los mandatos de género y no se sitúan en ninguna categoría”.
De entre los escasos datos que hay sobre el tema, destaca el último informe de 2020 del Instituto de la Juventud, en el que, como novedad, se preguntó a jóvenes dónde se ubicaban en una escala en la que un 10 se reconocen como una persona “100% masculina o femenina”. Aunque los términos no son los que suelen usarse para referirse a la identidad sexual, este era el objetivo de la pregunta. Los resultados apuntaron a que el 25%, uno de cada cuatro menores de 30 años, no se identifican al 100% ni con una ni con otra categoría. Longares cree que ahí no solo habrá personas no binarias, sino también jóvenes que se sitúan fuera de la dualidad hombre-mujer porque “cuestionan los roles, estereotipos o expresiones de género tradicionales”.
Ana Ojea, impulsora del grupo de apoyo LGTBIQA+ del IES Politécnico de Vigo, lo denomina “la gran revolución” para referirse a una “ruptura y un cuestionamiento del género como un binario” que cree que “está creciendo muy rápido” entre la juventud. El grupo está formado actualmente por unos 30 alumnes y aproximadamente siete son no binarios. “La adolescencia es un momento de plena búsqueda y muches conciben la identidad como algo menos estanco y monolítico que antes y el género como un continuo, aunque a veces no sepan dónde ubicarse”, añade la docente, que una de las cuestiones que trabaja con el alumnado es intentar “reducir los niveles de presión que sienten a veces para encontrar cómo nombrarse”.
Es exactamente lo que describen jóvenes como Kiwi o Martí, que no llegan a la mayoría de edad, cuando se les pregunta por su identidad: “Sé que no soy un hombre, pero tampoco me siento mujer. El género es un constructo social y creo que la identidad puede cambiar, es bastante fluida, puede que no siempre estés en el mismo punto y no siempre es lo mismo que pone en tu DNI, es algo personal, igual que a quien le gustan los chicos, las chicas o los dos”, dice Kiwi. Martí ahonda en el mismo planteamiento: “La idea que se ha estandarizado es la de hombre o mujer y aquí se termina la cosa, pero no es así”, apunta.
Un proceso heterogéneo
Si en algo coinciden las experiencias de la juventud y el diagnóstico de las expertas es en que cada proceso es único y no hay una hoja de ruta impuesta. Hay personas no binarias que pueden tomar decisiones sobre la apariencia física, el pelo, la vestimenta…lo que se conoce como la expresión de género. O no. Otras elegirán nombres neutros con los que se sientan más cómodas y preferirán usar el pronombre «elle». O no. Y puede que algunas sientan rechazo o incomodidad con partes de su cuerpo y otras que no. Bárbara Sáenz, de Serise Sexología, explica que existen “muchas formas de vivirlo dependiendo del propio autodescubrimiento” y apuesta, sobre todo, por “no generalizar”.
Ya en el primer año de carrera, Grey se acogió al protocolo para personas trans de la Universidad de Vigo, que permite al alumnado modificar su nombre en las listas aunque no lo hayan hecho en el Registro Civil. Es así como, poco a poco, se fueron enterando sus compañeres de clase. En 2020 dio un paso más y, ya con 20 años, lo modificó en el DNI, algo que puede hacerse sin necesidad de aportar ningún informe. Lo que actualmente está sujeto a requisitos médicos es la modificación del sexo registral, algo que la futura ‘ley trans’ que pronto pasará por el Senado, prevé revertir para hacerlo depender únicamente de la voluntad de la persona.
La norma aprobada por el Congreso dejó finalmente fuera a las personas como estes jovenes, que sí estaban contempladas de alguna manera en el primer borrador del Ministerio de Igualdad: permitía omitir la mención al sexo en los documentos oficiales y mandataba al Ejecutivo para que en un año evaluara las posibilidades de reconocer el género no binario. Grey, que utiliza los pronombres ella y elle, apenas le da importancia a que aparezca el sexo en su DNI, pero sí reclama que “se incluya a todas las realidades en una ley LGTBI” porque “el hecho de que se nos nombre, es una forma de existir”.
Entornos que se resisten
El cómo les mira, percibe y nombra la sociedad es otra de las cuestiones que les atraviesa. Y, por eso, están en plena cruzada contra los roles y estereotipos de género que asocian a cada uno colores, formas, maneras o estilos. “Es complejo porque llegan a decirte que cómo vas a ser no binaria vistiéndote así, por ejemplo con un vestido. Va más allá, nos empeñamos en categorizar lo que vemos en función de si es ‘de chico’ o ‘de chica’, pero esto es una vivencia interna”, dice Alba.
Grey confiesa que hay quienes no saben dónde ubicarle ni cómo dirigirse a elle porque varía “entre una expresión femenina y masculina”, algo que cree que evidencia “hasta qué punto la sociedad está construida sobre un código social binario”. De hecho, ha logrado reconciliarse con su feminidad ahora y gracias al drag king que hace con distintos grupos y colectivos en talleres y performance y que consiste en interpretar roles masculinos. “Me ha ayudado a darme cuenta de que todo es válido y a entender que no pasa nada por ponerme una ropa u otra porque no depende de la vestimenta, sino de los ojos con la que nos mira la sociedad”, añade le joven.
Pero, además, la juventud no binaria suele tener que lidiar con entornos que en ocasiones les rechazan o no les comprenden. Ojea asegura que el alumnado no binario que hay en el instituto “se topa con bastantes resistencias familiares a nivel de acompañamiento y entendimiento”. Los progenitores de Alba “lo están todavía asimilando”, pero le joven cree que en cierta medida “es comprensible” porque “aún no hay apenas referentes”, mientras que Kiwi, a sus 15 años, observa una brecha generacional muy condicionada por el acceso a las redes sociales, donde “encuentras mucha información y respuestas”.
Sin embargo, muy a pesar de las resistencias, ningune renuncia a sí misme. “No está normalizado y hay comentarios que banalizan e incluso ridiculizan nuestra identidad, pero yo sé quién soy”, manifiesta Martí. Kiwi no rechaza el término no binario, pero solo lo dice si le preguntan, prefiere no ponerse ninguna etiqueta. “Lo que he visto que suele pasar es que se hace parte de tu personalidad, aunque no quieras. Y, claro, yo prefiero que la gente no me vea a mí en función de eso, prefiero que me vean como Kiwi, a quien le gusta dibujar, la música y participar en el punto lila feminista del instituto”, zanja.