Autora: Ana M Ayuso Cruces

Pronto hará ocho años que llegaste al mundo con la misma impaciencia con la que sigues hoy día… Eras una bebé que irradiaba ternura, vida y felicidad….

Fuiste creciendo al lado de tu hermano Hugo, que con poca diferencia de edad estaba encantado de ser el hermano mayor.

No tardaste mucho en mostrar tu carácter, tu esencia, estabas llena de energía y un aura muy especial estaba junto a ti siempre, también empezaste a mostrar tus gustos, juegos, roles, y por supuesto tu identidad, y ahí fue cuando sin querer fuiste protagonista de muchas conversaciones entre papá y yo.

Recuerdo perfectamente que cuando tenías dos añitos apenas jugabas con los juguetes que había en casa, no te bastaban o no te encajaban, preferías crear tu propio juego y para ello tan solo tenías que abrir mi armario, sacar la prenda que pudiera hacerte la cola más larga, ponerte una melena hecha por la misma toalla del baño, y eso sí, en tus pequeños pies los tacones más altos que pudieras encontrar. Pasabas horas bailando frente al espejo, te encantaba mirarte y mientras se me caía la baba, empezaban mis primeras dudas. Sabíamos que no es que fueras diferente, pero si única y no normativa….

Siempre estuvimos observándote, acompañándote y brindando plena libertad para que siempre fueras tú. Pero a la vez que dábamos esa libertad, nuestras incertidumbres iban creciendo. Ahí empezamos hablar de transexualidad, de homosexualidad… en fin, un millón de preguntas que, no tardando mucho, tú misma nos fuiste despejando sin necesidad de etiquetar.

Los años pasaban, así como crecía nuestra preocupación por que estuvieras igual de feliz que te veíamos en carnavales, cumpleaños, y demás eventos.

Cuando tenías 5 años fue la primera vez que tuvimos reunión con el profesorado y equipo directivo y, aunque había diferentes opiniones, papá y yo cada vez lo teníamos más claro, eras como una olla a presión que en algún momento necesitaría apagarse rápidamente y sin tiempo que perder.

Precisamente así fue como un día que compartíamos ducha tú y yo dijiste: «¡mamá, yo quiero ser una niña!»

No recuerdo exactamente qué pensó mi cerebro en ese instante, pero mi corazón latía cada vez más fuerte, a la vez que te abrazaba. Tan solo te pregunté «¿por qué no me lo dijiste antes?» Tu respuesta en ese momento me hizo entristecer y sentirme culpable –por si te causé algún tiempo perdido– pero tú misma nos hiciste ver que ese fue tu momento, que seguramente si lo hubieras hecho antes no habría salido todo tan bien. De ese baño saliste sonriente y corriste hacia Hugo para contárselo. ¡Te sentías tan eufórica!

Qué bellos momentos….

¡Todo fue cambiando a partir de ese día, benditos cambios! Gracias a que nos invitaste a conocer la diversidad de primera mano, a mí me hiciste mejor persona, de papá sacaste toda su ternura y racionalidad y de Hugo… ¡uf! mi pequeño maestrillo, te adoro, eres de una calidad humana envidiable, sensible y sufridor por quienes no les dejan vivir en libertad.

Si después de un año de aquella conversación en la ducha puedo describir con una palabra lo sucedido es gratitud por teneros, GRACIAS por elegirnos como madre y padre, tanto para ti, Hugo, mi guerrero y joven activista como por supuesto para ti, Paula, pequeña, pero gran valiente.