Autora: Natalia Aventín Ballarín

Arrepentirse es un concepto muy católico, culturalmente muy nuestro. Puedes equivocarte o pecar si más tarde reconoces la culpa y te arrepientes, obteniendo de ese modo el perdón. Es decir, para arrepentirte tienes que ser culpable de pecar. El perdón, por supuesto, es clasista, se otorga desde la superioridad, a quienes pecan, que son inferiores.

Recurrentemente el poder de la biomedicina atribuye a las persona trans el arrepentimiento, con este, la culpa de haberse equivocado o pecado, la inferioridad de quienes pecan y la redención, gracias a su benevolencia, mediante diagnóstico patologizante de enfermedad mental o anomalía sexual que pueden tratarse. Y ahí, desde su divinidad, surge la incapacidad de autocuestionarse, de diseccionar su pensamiento, de diferenciar el adoctrinamiento de género que han recibido de la divina diversidad de la humanidad.

En nuestra asociación, con la experiencia de más de 1000 familias acompañadas a nuestras espaldas, hemos vivido situaciones, de tránsitos individuales y familiares, preciosas, otras con dificultades y otras terribles, pero nunca hemos visto arrepentirse a nadie. Lo que hemos visto han sido espacios seguros donde experimentar con esas identidades que no se ajustan a etiquetas convencionales, donde la expresión, la orientación o la anatomía no son una losa inamovible que condiciona la aceptación de la persona. Hemos visto evolucionar, renacer, cuestionar un sistema cisheteropatriarcal que oprime, cosifica, degrada y daña. Y es que nadie tiene la obligación de quedarse con etiquetas alienantes. El derecho al desarrollo de la personalidad no está limitado a parámetros convencionales, ni a edades, ni a caminos de no retorno.

Para que haya arrepentimiento tiene que haber pecado, culpa, es decir, partir de que ser trans es pecado y lo correcto es ser cis (hetero, hombre, normativO, blancO, universitariO, con alta capacidad económica, …), por eso desde el pedestal del privilegio se accede a la divinidad que perdona a quienes se arrepienten y, si no existen, se inventan.

Como decíamos, el poder biomédico, la nueva religión de nuestra época, amedrenta con el pecado, “las personas trans se pueden arrepentir para volver a ser cis”, pero no se plantea que usando esa misma lógica, las personas trans son personas cis arrepentidas. Y puesto que cada día son más numerosas las que lo declaran públicamente y de todas las edades, es fácil deducir que hay muchas más que aún no se han atrevido a verbalizar su disidencia. Si tuviera que existir la vigilancia, debería centrarse en las personas que se manifiestan cis, no vaya a ser que cualquier día se arrepientan de serlo.

Dejando la ironía a un lado nos gustaría llamar la atención sobre las aseveraciones del arrepentimiento que se lanzan desde los púlpitos del privilegio, basadas en estudios distorsionados de especialistas de los tratamientos de reversión, cuya práctica ha sido  considerada ilegítima e ilegal.

¿No les da vergüenza repetir lo que quieren oír, sin cuestionar la metodología ni la veracidad de esos datos?

Sus arengas producen víctimas, se lo decimos sus familias. Dejen de disfrazarse de deidades bienintencionadas y atrévanse a reconocer su ignorancia. Y, sobre todo, no nos den lecciones.