Danilo Borges investiga las relaciones familiares de las personas transexuales en Brasil y el impacto que éstas tienen sobre su salud.

Fuente (editada): EL SALTO | Lis Gaibar y Estefanía M. Amador | 2020-01-19

Danilo Borges Paulino es graduado en Medicina por la Universidad Federal de Uberlândia (Brasil) y doctorando en Salud Pública por la Universidad de São Paulo. Al estudiar la carrera supo que quería especializarse en cuestiones de género y sexualidad, así que cuando la terminó comenzó a trabajar como voluntario en un centro de salud público —de reciente creación y escasos recursos— que atendía a personas transexuales. Ahí se dio cuenta de que las cuestiones familiares eran un tema recurrente e importante para les pacientes, y vio que no había muchos estudios sobre cómo influían en su salud. Inició entonces una investigación que duraría ocho meses y para la que entrevistó a pacientes de este centro de salud en Brasil, el país que más asesinatos de personas transexuales registra.

Uno de los estudios en los que has trabajado analiza a qué llaman “familia” las personas trans. ¿Cuáles son las conclusiones?
Es algo muy interesante, porque cuando dibujamos el proyecto de investigación pensábamos que íbamos a encontrar historias de exclusión o de violencia que harían que las personas transexuales hubieran establecido nuevas relaciones con, por ejemplo, amistades. Y, si bien encontramos esas historias, hay mucho más.

Tenemos tres categorías de análisis: la primera describe a la familia como un espacio de cuidados, de acogida —la familia es amor, lo más importante—; la segunda, la familia como decepción —para las personas transexuales puede ser una promesa de cuidados que no fue cumplida y para la familia pueden ser unas expectativas no alcanzadas o una idea preconcebida alejada de la realidad—; y la tercera es la familia como proyecto. Esta última hace referencia a que, aunque una persona transexual haya podido vivir muchas decepciones en su familia, sigue considerando el concepto como un espacio de acogida al que aspira: bien creando una nueva familia o, lo que es más frecuente, volviendo a la de origen.

Lo que hemos visto es que estas personas hacen muchas concesiones para tener a sus familias cerca. Sienten que, si la pérdida de sus relaciones familiares es grande, deben cambiar sus expresiones de género. Por ejemplo: alguien se identifica con el género femenino y con un nombre determinado, pero si su familia aún le ve con el género masculino, lo acepta. Aceptan que no le llamen por su nombre o que no se refieran a ella en femenino porque es su familia. O asumen un determinado empleo para que sus progenitores sientan orgullo, asumen el concepto tradicional de familia casándose o teniendo descendencia… Incluso proyectan esa descendencia de una determinada forma en base a esto.

Vimos que estas construcciones sociales de género y familia son tan fuertes que, incluso cuando una persona pasa por su transición, no se desprende de ellas; y eso le hace sufrir. Es lo que intentamos demostrar con esta investigación: el sufrimiento de las personas trans tiene una relación muy grande con la construcción social de la familia. Tiene tanto impacto porque es un concepto social muy fuerte. Por ello para intervenciones futuras se plantean una educación en la salud en cuestiones de género y familia, para comprender cómo determinados conceptos están construidos y asentados en las personas y cómo podemos trabajarlos para evitar tantos sufrimientos.

¿A quién debe dirigirse esta educación de la que hablas?
A toda la sociedad. Y hace mucha falta. Estuve ocho meses en un centro de salud acompañando a las personas transexuales, hablando con ellas y con sus familias. Una persona transexual llega al servicio teniendo mucha información, pero no porque lo haya aprendido en la escuela: la mayoría la sacan de Internet. La familia, en cambio, muchas veces llega sin información y además habitualmente cuestiona al servicio: “¿Cómo podéis tener la seguridad de que mi hija o hijo es transexual y no es algo que se le vaya a pasar?”. Trabajar con estas familias y estas personas desde la comunidad en la que viven es lo más importante. Las recomendaciones de salud para las cuestiones de sexo y género deben estar donde están las personas en su día a día, no sólo en el servicio de salud.

En Brasil la cultura de las telenovelas es muy fuerte, y hubo una muy famosa que se emitía en 2017 por las noches y que hablaba de las condiciones de una persona transexual. En la consulta muches pacientes nos dijeron que esta producción cambió cómo les veían sus familias. Tenemos que prestar atención a esto porque, ¿quién está haciendo la educación en salud sobre estos temas? No está mal que salga en una telenovela pero, ¿por qué no está en las escuelas o en las universidades? ¿Por qué no construimos una educación para la salud en lugar de permitir que una telenovela haga un trabajo que nos pertenece a las personas profesionales de la salud y a la docencia?

¿Habéis podido observar si factores como el nivel socioeconómico influyen en las relaciones familiares?
Sí, hay una relación muy estrecha. En la muestra había pocas personas de un nivel socioeconómico alto, pero pudimos ver que generalmente las personas con estudios superiores o un salario mejor tenían y prestaban un mayor apoyo.

¿Ha mejorado la atención sanitaria a estas personas en los últimos años?
Yo creo que ha habido cambios, pero es un proceso lento y difícil y hay mucha lucha de los movimientos sociales y del estamento médico. Estos servicios especializados existían desde 2007 pero fueron oficializados como un servicio del hospital en 2016. Fue un logro muy importante, porque casi cierran sus puertas por carecer de profesionales que trabajaran en ellos. Hay cambios, pero no podemos pensar que está todo hecho; estas mejoras tienen que ser sostenibles y la lucha y la investigación deben continuar constantes.

Apenas había personas para trabajar en esos servicios, no se consigue llevar las cuestiones de género al ámbito educativo… ¿Por qué?
Yo creo que lo primero que pasa es que hay un desconocimiento que genera miedos y conflictos de interés en algunas personas. Hay mucha gente que cree que esto es malo, que es un error, que no puede ser; eso está muy condicionado a ese desconocimiento sobre la transexualidad e impide los avances. Muchas personas piensan que la transexualidad puede acabar con la familia, y lo que estamos viendo es que no, que de hecho sucede lo contrario. Pero son ideas muy arraigadas en nuestras sociedades que se traducen en prejuicios y dificultades.

¿Vuestro trabajo se ha visto dificultado por la llegada de Bolsonaro al gobierno brasileño?
Yo creo que siempre es difícil trabajar estos temas. De hecho, es importante que estas investigaciones se realicen a través de una cooperación internacional, para garantizar la impunidad y el traslado de la información al volver a Brasil. Lo primero que quiero hacer yo cuando termine el estudio es llamar a las personas que participaron y compartir los resultados para que éstos puedan traer algún cambio. Pienso que siempre es posible inventar nuevos caminos. Por supuesto que algunos discursos y algunas prácticas empeoran los índices de violencia y generan rechazo hacia algunas personas, pero entonces habrá que construir otras prácticas, discursos e intervenciones y educar a la población para que podamos cambiarlo.

¿Es posible ganar al discurso de la ultraderecha? 
Debemos empezar con algo local e ir expandiéndolo. No soy la única persona que trabaja investigando sobre este tema en Brasil; si comparto mis conclusiones con otras personas, grupos o servicios del país que también lo hacen, podremos lograr algo más grande. Es posible avanzar, tal vez no tan rápido como nos gustaría, pero siempre de alguna manera. Si logramos cambios a un nivel local habremos cubierto un mínimo; si logramos cambios a nivel nacional, un máximo.

Es una carrera de fondo. 
Exacto. Sabemos que el contexto actual nos impedirá conseguir todo lo que querríamos, pero no vamos a pensar que los cambios son mínimos porque eso puede llevarnos a no hacer nada para obtenerlos. Siempre es difícil, pero va a haber momentos en los que sea más difícil —y más lento— que otros, pero nuestro país está muy mal en cuestiones de violencia contra las personas transexuales y hay que seguir trabajando. Pienso que cuando tengamos más educación y más apoyo de las familias será más fácil cambiarlo, y hay grupos y personas que están en ello.

En general, ¿cómo de concienciado está el equipo sanitario en cuestiones de género?
De lo que más se han quejado las personas que han participado en esta investigación es de que, aunque en Brasil existe la ley que permite el cambio de los documentos con el género y nombre con el que te identificas, hay muches profesionales que aún les llaman por los otros nombres y esto genera malestar: “¿Cómo puedo decir qué necesito si ni siquiera me han llamado?”. Hace falta más educación para el estamento médico en estas cuestiones. Sobre todo a nivel local, donde hay mucho desconocimiento del cambio de ley.

¿Cuál es la política del sistema de salud brasileño con respecto a prestar atención sanitaria a personas transexuales o financiar una cirugía genital?
Hay pocos servicios de salud en Brasil para la cuestión de las hormonas y de la cirugía. Esto último es especialmente difícil. Hay intentos de que la cirugía sea oficializada desde el servicio, pero esto genera mucho conflicto, porque “cómo voy a justificarle a la población que estoy haciendo una operación para esto y no para curar un cáncer”. Y son cosas diferentes, que tienen recursos diferentes, y no es una cuestión estética sino de salud. Por eso es tan importante la educación y el conocimiento, porque a veces existe la idea de que si tú haces una operación a una persona transexual, vas a dejar de hacérsela a otra persona que necesita otro tipo de asistencia. Lo más necesario para que la cirugía se pueda realizar no es tanto una inversión económica como cambiar esta percepción.

¿Cómo influye esto en las violencias cotidianas a las que se tiene que enfrentar una persona transexual en Brasil?
Hay que comprender que no es un capricho sino una cuestión de salud pública. Las personas lo pasan muy mal con eso, porque si tú tienes una necesidad de atención sanitaria y la política o el servicio sanitario te dicen que no es una cuestión de salud, te genera un sufrimiento muy grande. Es como si hiciéramos un ranking de la importancia en cuestiones de salud, y eso no se puede hacer porque para cada población hay necesidades diferentes y hay que atenderlas todas.

La cuestión de la identificación es algo muy interesante, y tiene que ver con discursos más conservadores: la mayoría de las personas entrevistadas no tienen el deseo de someterse a la cirugía, sino de pasar por el tratamiento hormonal y hacer los cambios hormonales. La cuestión de la cirugía, según hemos podido observar, importa menos. La explicación es que si tú puedes ponerte con el género con el que te identificas, eso ya te permite vivir en la sociedad sin sufrir tanto. Cuanto más te pareces a lo que se espera de una mujer o de un hombre, menos vas a sufrir esas violencias. Hubo personas que nos decían que eran personas transexuales cuando llegaban al servicio de salud, pero no al salir, por una cuestión de integridad física.

Eso puede perjudicar a los movimientos sociales porque, si no me identifico con una persona transexual, ¿cómo me voy a identificar con esa lucha o a reivindicar esos derechos? Estas ideas tan conservadoras llegan incluso a las personas transexuales que hemos entrevistado, el deseo de estar lo más próximo posible de lo que la sociedad espera de ti o aceptaría. Pero es una estrategia de supervivencia: me adapto al contexto y a las normas de género porque es muy arriesgado enfrentarme a ello.

También has desarrollado estudios sobre las travestis, ¿su situación es todavía peor?
Hay una diferencia muy grande entre las personas transexuales y las travestis, en el caso de las mujeres, algunos textos han descrito que las mujeres transexuales son las primas ricas y las travestis las primas pobres. La mujer transexual tiene mucho más espacio en el mercado laboral que las travestis, con lo que la prostitución se está quedando cada vez más en ese colectivo.

Tuvimos dos mujeres que participaron en la investigación que nos dijeron que fueron travestis y que dejaron de serlo porque veían que como travestis no lograrían ser mujeres en la sociedad, y deseaban serlo: querían trabajar, ponerse determinada ropa, existir como mujeres… Y como travestis eso no era posible. Queremos investigarlo más, porque quizás las expresiones de familia para travestis sean muy diferentes a las de las mujeres transexuales.

De hecho, la idea era trabajar con ellas, pero no estaban en el servicio de salud. Cuando pregunté por qué, me explicaron que las travestis tienen una vida muy diferente de las personas trans: se mueven mucho de ciudad a ciudad, no saben ni siquiera si van a estar vivas la próxima semana para la siguiente consulta. Lo que para nosotres son acciones cotidianas, para ellas es arriesgarse a la violencia.

Existen estudios que hablan de una tasa de intentos de suicidio del 41% entre las personas transexuales y variantes de género. ¿Cómo trabaja el servicio sanitario brasileño en lo que se refiere a salud mental?
En Brasil tenemos la atención primaria y los centros de especialidades. Siempre que ocurre algo en una comunidad, la atención primaria lo identifica y lo deriva al servicio de salud. Así que sí existe un mecanismo que puede dar respuesta, pero hay dificultades: apenas hay profesionales y no tienen dedicación completa.

Varias de las personas que entrevistamos en el centro de salud habían intentado suicidarse, y algo en lo que coincidían es que, después de eso, la familia empezó a quedarse más cerca. Es cuando se dieron cuenta de que era una cuestión de salud, no un capricho, e hicieron un esfuerzo por intentar comprender la seriedad del asunto. Y ésas son las que llegan a la consulta, pero hay otras vidas que se han perdido.

Por eso hay que ser constante. Debemos tener en cuenta que los gobiernos van y vienen, pero estas personas existen todos los días. Hay que conseguir que le importe a todo el mundo con independencia de su ideología, porque es una cuestión de salud pública.

Volvemos a la cuestión de educar.
Sí, pero también hay que sentir. Una vez vino una persona que llegó a su primera consulta vestida de hombre: gorra, camisa, botas, pantalón, la llave del coche asomando de un bolsillo… Pero me llamó la atención que tenía las uñas pintadas y unos pequeños pendientes. Ella miraba hacia abajo y la gorra le tapaba los ojos mientras nos contaba su historia. Vivía lejos del centro de salud y nos confesó que había pensado en suicidarse porque siempre se había sentido una mujer pero nunca logró vivir como una mujer.

Su esposa lo sabía e intentaba animarle a hacer un tratamiento. Ella se había casado con esa persona, había formado una familia y seguía ahí aunque supiera que no era un hombre. Cuando le preguntamos al respecto, nos contestó: “Yo amo a esta persona. Sé que es una mujer y no necesito que sea mi esposo, si está conmigo y puedo ayudarle, ya está”. No le importaba qué fuera. Lo más impresionante fue cómo esta persona fue cambiando durante las consultas: cada vez levantaba más la cabeza y acabó prescindiendo de la gorra. Cuando le dijeron que la próxima semana podía venir con vestido lloró, porque por primera vez podía salir de casa siendo quien era.

Y era una familia que no tenía estudios superiores, que no había visto la telenovela nunca, que vivían en las afueras de la ciudad y no tenían ni idea de lo que era la transexualidad. No entendían lo que estaba pasando, pero el amor que se sentían mutuamente hizo que lo aceptaran. Así que la educación es importante, pero los sentimientos también: permitirse sentir ayuda a que reconozcamos nuestros prejuicios. Porque si no reconocemos que los tenemos, ¿cómo los vamos a enfrentar? Hay que crear espacios para hablar. Si no, no cambiaremos nada.