Autora: Silvana Alfaro
Llámame DANI. Sí, ni Daniel ni Daniela. Simplemente DANI.
Dani tiene nueve años y desde los dos años navega entre los dos géneros que nos han mostrado en los libros. Si es cierto que sólo existen dos géneros, Dani transita entre ellos de manera continua.
Como es algo que no nos han enseñado en los libros de texto, así, a bote pronto, puede resultar incomprensible. Algo excepcional o raro en una sociedad donde el género es definido de forma binaria, cerrada, estricta y, por qué no decirlo, forzada a la persona.
De hecho, desde antes de su nacimiento, ya empezamos a hablar de «él», basándonos en esta división binaria, fantaseando con la idea de cómo iba a ser ese niño y haciendo preparativos tales como ropa o color de habitación, «acorde» al sexo asignado.
Quienes se alejan de esta norma de género se enfrentan a diferentes desafíos cotidianos y pueden llegar a convertirse en blancos de desaprobación.
Dani ha estado desafiando esta norma aprendida por su familia.
Cada día viste según siente. Puede que unos pantalones negros con calcetines rosas. Puede que hoy se haga una coleta o unas trenzas para ir al cole y se ponga su mejor sudadera azul.
Puede que hoy utilice el femenino para referenciarse. Pero mañana quizás use el masculino.
Puede que hoy prefiera jugar con su hermano mayor a pistolas y mañana se decida por jugar a muñecas con su hermana pequeña.
En casa no se le cuestiona. Ni le sexamos. Ni se le juzga. Ya no.
Hace 5 años ya pasó por el tamiz familiar. Ya pasó por el interrogatorio normativo, diciéndole cosas tan atroces como: ¿Eres un niño o una niña? Debes decidir uno u otro. Sí, debía decidir para tranquilizarnos y a la mirada de la familia y entorno. Decidir para dejarnos de inquietar por el simple hecho de no presentarse ante las miradas de los demás como niño o niña de forma estática, inamovible. Decidir, para dejar de romper los rígidos marcos de género en su expresión más pública.
La desesperación por saber lo que no sabíamos, ni nadie antes nos había explicado, lleva a decir cosas que pueden herir o marcar a tu hije. La necesidad de entender el mundo de forma binaria hace que olvidemos o anulemos realidades que no nos encajan.
En el momento en el que, a esa pregunta, su respuesta es: «soy un ángel», tu mirada empieza a abrirse.
Un ángel. Un ángel puede ser un chico o una chica, o las dos, o ninguna. Pueden jugar con su género, en la manera de sentirlo y de expresarlo, con los roles impuestos o no.
Y como ángel que se define lo único que nos toca hacer como familia es dejar que vuele, sin darle alas, pero tampoco cortárselas.
Nuestra necesidad de clasificar nos ha hecho buscar en diferentes fuentes de información y ver que hay muchas personas de género no binario, pero poco o nulo conocimiento de este hecho.
La incomodidad que nos generaba no era fruto de su identidad. La incomodidad inicial era por nuestra falta de capacidad de leerle tal cual se mostraba y poder ubicarle dentro de nuestro limitado imaginario.
Sabemos la realidad que estamos viviendo día a día, realidad que no nos supone un problema como familia, pero sí un hándicap enorme a la hora de trasladarlo a nuestro entorno, pero teniendo claro que a pesar de ser cuestionades por nuestra manera de actuar o pensar, vamos a continuar visibilizando en la medida que nos sea posible hasta llegar a normalizar el hecho de que ser quien eres, mostrarte como te sientes y quieres, es algo común, no exclusivo de las personas de género no binario.
Dani nos ha dado una lección de vida, ha hecho temblar nuestros rígidos cimientos de aprendizaje, fruto del adoctrinamiento intensivo, y nos ha abierto un nuevo espacio donde caben todas las identidades, que deben ser respetadas por igual y que son merecedoras de las mismas oportunidades y derechos que el resto.