Fuente (editada): ARA | Marta Segarra | 27 MAR 2023

A raíz del artículo “Falacia trans: una gran irresponsabilidad política” me pregunto, en primera persona, cuáles son los principios por los que nos tenemos que regir las personas que colaboramos en las llamadas secciones de opinión de los diarios, sin estar sometidas al código ético periodístico que tiene cada medio. Sabemos que un diario elige a personas que comparten más o menos su propia línea editorial para colaborar, pero que a la vez intenta reflejar la pluralidad de opiniones de la sociedad, en términos también más o menos respetuosos según el tipo de publicación que sea. Creo que la sección de opinión del ARA se caracteriza precisamente por la diversidad de firmas que acoge, manteniendo unas bases comunes de respecto a las diferentes ideas y posiciones que coexisten en la sociedad catalana.

Me parece, pues, que las personas que escribimos artículos de opinión nos tendríamos que autoimponer unas reglas implícitas, como son intentar contribuir en un debate constructivo o utilizar fuentes serias si lo que queremos es lanzar acusaciones de peso. Una de las denuncias más graves que hace el artículo mencionado contra lo que denomina la “falacia trans” es, justamente, que se trata de un engaño e incluso de una estafa porque este “movimiento” estaría dirigido por grandes empresas que se enriquecen a costa del sufrimiento ajeno. La penúltima frase dice claramente: “Seguís la pista del dinero”. Pero, si seguimos la pista de cuáles son los fundamentos de esta afirmación tan contundente, vemos que muchos conducen a una sola fuente, los artículos de una neoyorquina que se presenta como periodista, artista y peluquera, Jennifer Bilek. Bilek escribe textos contra el colectivo trans, pero también contra el movimiento LGBTIQA+ y las personas “bilionarias” que supuestamente lo impulsan, junto a la industria farmacéutica, por supuesto, y lo hace en su blog catastrofista y en medios digitales como The Federalist, que alimentó teorías antivacunas durante las primeras fases de la pandemia y que defiende que hubo fraude en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses. No hay duda, pues, de la posición política que hay detrás.

Otra falacia que, paradójicamente, defiende el artículo titulado “Falacia trans” es un argumento utilizado muy a menudo por el conservadurismo más rancio, en nuestro país y en otros muchos. Consiste en decir que determinados grupos de presión (feminista, LGBTIQA+ y, ahora, trans) se han adueñado del ámbito de la administración pública, la salud y la educación, cuando todo el mundo sabe que esto no es cierto. El tono conspiranoico e hiperbólico también es propio de las tácticas de la derecha radical: hablar de “captación” de las criaturas y adolescentes para que se conviertan al transgenerismo implica que se está hablando de una secta.

Del mismo modo, cuesta mucho creer que “las maestras” de P5 y el profesorado de los institutos hacen propaganda de lo trans. Y tampoco hay ningún estudio científico serio que lo considere una enfermedad “de inicio rápido” que se adquiere por “contagio”. Cuando parecía que ya habíamos conseguido que se dejara de patologizar cuestiones relacionadas con la identidad y la sexualidad (no hace mucho, mucha gente consideraba la homosexualidad una enfermedad, ¿hace falta recordarlo?), volvemos a estar ahí y, encima, en nombre del feminismo, como si solo hubiera uno. La última frase del artículo es explícita en este sentido, puesto que la autora habla en primera persona del plural: “Las feministas nos oponemos a la nueva ley trans catalana”. ¿Dónde quedan las feministas que no se oponen e incluso las que la defienden?

Aun así, la objeción principal que se puede hacer es de tipo ético: aprovechándose de la inquietud e incluso del miedo muy legítimo que sienten madres y padres de niñes o adolescentes que manifiestan incomodidad y sufrimiento en relación con posiciones de identidad y de sexualidad no normativas, el artículo teje un relato satírico que ridiculiza estas situaciones, como, por ejemplo, cuando frivoliza la tarea que hacen las asociaciones diciendo que organizan “excursiones”. Todo ello no parece que contribuya mucho a ayudar a que las personas, jóvenes o adultas, que están directamente implicadas lo vean más claro.

Esto no quiere decir que en un diario como el ARA no se tenga que poder debatir de cualquier tema de interés común, como es la cuestión trans, reflejando opiniones diferentes e incluso opuestas, pero desde el respeto a las posiciones del otro y aportando argumentos razonados, datos sacados de fuentes creíbles o ejemplos y testimonios reales que permitan a quien lee formarse una opinión al respecto, y no solo provocarle una reacción de adhesión -o de repulsa- epidérmica, que es la táctica habitual de los grupos políticos demagógicos y populistas. Por ejemplo, en un debate celebrado el 8 de marzo, el candidato de extrema derecha a la presidencia de Francia Éric Zemmour respondió a una mujer francesa de origen senegalés que, si mandara él, una familia como la de ella nunca habría podido quedarse a vivir en Francia y añadía su eslogan favorito: “Inmigración cero”. La chica lo recibió como una bofetada -y lo era-, pero él ya había conseguido colar su mensaje. No hagamos lo mismo desde posiciones de privilegio como la de escribir en un diario.