Fuente (editada): EL SALTO | Marta Roqueta | 12 JUN 2020
El feminismo español vive momentos convulsos. Por un lado, el poder que Vox ha obtenido en parlamentos y gobiernos autonómicos amenaza los consensos de mínimos que la sociedad había aceptado para avanzar hacia la igualdad entre mujeres y hombres y para luchar contra las violencias machistas.
Por el otro, un sector feminista contrario a la presencia de mujeres trans dentro del movimiento (TERF, siglas en inglés de ‘feminismo radical transexcluyente’) va ganando fuerza, amparado por feministas con poder en las instituciones y la academia, a menudo de la órbita del PSOE, así como por miembros del star system feminista, como Barbijaputa, Feminista Ilustrada o Towanda Rebelds. Enfrente tienen un sector feminista transinclusivo, representado por Podemos a nivel político, formación que dirige el Ministerio de Igualdad. La divergencia de posiciones dentro del ejecutivo español ha vivido un nuevo capítulo con la difusión, por parte del PSOE hacia sus militantes, de un argumentario tránsfobo disfrazado de crítica a la teoría queer.
En los últimos años, las posiciones transexcluyentes han ganado notoriedad gracias a la demonización de la teoría queer. En la práctica, la teoría queer ha actuado como la ideología de género que blanden sectores (ultra)conservadores para frenar los adelantos en la coeducación y la enseñanza sobre diversidad afectiva, sexual y de género en las escuelas. Tanto el movimiento TERF como Vox comparten una idea esencialista de lo que es ser hombre y mujer, vinculada a la genitalidad y a los roles sociales que se derivan de ella, basados, grosso modo, en el control de la capacidad reproductiva. Allá donde Vox cree que la ideología de género (sinónimo de feminismo y derechos para el colectivo LGTBIQ+) subvierte “el orden natural” hombre/mujer, las TERF consideran que la teoría queer diluye lo que es ser hombre y mujer, de forma que niega la mujer, y las características biológicas que hacen que esté oprimida, como sujeto de derechos vulnerados por el patriarcado.
Igual que la extrema derecha, que difunde bulos sobre el feminismo, el discurso TERF contiene falsedades y verdades a medias sobre la teoría queer, para generar una opinión contraria a ella. El objetivo de esta serie de dos artículos es desmentir los principales mitos sobre la teoría queer impulsados por el feminismo transexcluyente.
1. “La teoría queer no es feminista”
La teoría queer no es feminista en el sentido de que el sujeto del feminismo son las mujeres. El de la teoría queer son las personas que transgreden las normas sobre sexualidad, género y sexo. A grandes rasgos: las lesbianas, gais y bisexuales (rehúyen la heterosexualidad), las trans y no binarias (cuestionan lo que entendemos por sexo) y las intersex (demuestran que no existe un binarismo sexual biológico de machos y hembras).
Es cierto que dentro de la comunidad LGTBIQ+ hay machismo. Por ejemplo, de hombres gais hacia mujeres –lesbianas, trans, cis y heterosexuales– o hacia hombres con una expresión de género considerada femenina (plumafobia). El activismo queer lo ha denunciado. Al hacerlo, ha ampliado el conocimiento sobre las discriminaciones de género: en la comunidad LGTBIQ+ no se produce la relación de fuerzas que motiva la opresión de las mujeres y el dominio de los hombres en base al control de la capacidad reproductiva de ellas. Aun así, el desprecio hacia aquello considerado femenino persiste, porque la opresión de las mujeres no solo se basa en la capacidad gestante, sino también en todos aquellos roles, estéticas, saberes o espacios clasificados como femeninos.
Una parte de la teoría queer bebe de la feminista. Judith Butler es un ejemplo, como también lo es Gayle Rubin. Rubin es la creadora de la teoría del sistema sexo/género, que explica cómo la opresión de las mujeres se basa en su control reproductivo: para garantizar la transmisión de riqueza por la vía patrilineal, las mujeres han sido intercambiadas entre hombres, y su sexualidad, controlada. Tal y como señala Butler, en la teoría del sistema sexo/género ya encontramos una base queer: para hacer el intercambio de mujeres y controlar su capacidad gestante, hay que promocionar la heterosexualidad como método óptimo para la organización de relaciones sociales y excluir la homosexualidad.
La teoría de Rubin, identificada claramente como feminista, tiene una segunda parte, menos reivindicada y que conecta con los estudios queer que realizará más adelante. La segunda parte afirma que el rol de persona intercambiadora y persona intercambiada van asociados a un discurso de autoridad (el falo) que da prestigio a los hombres, en ser los sujetos que realizan las transacciones –materiales, simbólicas e humanas. La teoría fálica de Rubin nos da una base para entender la discriminación de las mujeres trans: son vistas como machos que renuncian al falo, es decir, a ser hombres. Al hacerlo, sufren situaciones que afectan a las mujeres en mayor medida: el trabajo sexual, la pobreza y el paro. Los hombres trans con una expresión masculina, al considerarse socialmente que aceptan el falo, pasan a disfrutar de los privilegios de la masculinidad. Escritos de autores trans, como Miquel Missé y Pol Galofre, son testimonios paradigmáticos sobre la socialización impuesta en base al género.
Además, las referentes feministas radicales, teoría feminista defendida por las TERF, como Kate Millet, Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon, eran defensoras de la inclusión de las mujeres trans en el movimiento feminista. Paralelamente, pensadores trans clave para los estudios queer, como Susan Stryker, Leslie Feinberg o Jack Halberstam, han defendido la alianza entre mujeres trans y cis.
2. “La teoría queer va sobre identidad y deseo y es individualista; la feminista es una lucha colectiva”
Lo más habitual en occidente ha sido que el feminismo se preocupara por la liberación o, mejor dicho, la libertad de las mujeres blancas, capacitadas, heterosexuales y de clase media/alta. La teoría feminista, igual que la queer, también va sobre la identidad y el deseo: no cumplir con los roles de género impuestos causa que muchas mujeres cis vean cuestionada su identidad como mujer; el machismo niega el deseo sexual femenino.
Pensadoras queer como Elizabeth Duval han apuntado que algunas corrientes queer se preocupan más por la estética que por la articulación de proyectos políticos destinados a mejorar la vida de las personas. En el congreso Queer Asia, celebrado el 2017 en Londres, se apuntó que la enmienda a la totalidad del Estado realizada por algunas teorías queer invisibilizaba la situación de las personas vulnerables, entre ellas las LGTBIQ+ más empobrecidas, que necesitaban los recursos ofrecidos por los sistemas públicos de protección social. Sin embargo, también hay casos de personas teóricas y activistas queer y feministas transinclusivas implicadas en la construcción de políticas públicas, como Gerard Coll-Planas o Beatriz Gimeno, directora del Instituto de la Mujer.
Además, la idea de que los cuerpos y la sexualidad están regulades por los Estados a través de instituciones médicas y legales ha llevado a muchas pesonas estudiosas queer a pensar qué otros mecanismos de control ejerce el Estado sobre la población. Es por ello que una de las ramas más fructíferas de la teoría queer se basa en el análisis de los efectos de las políticas de control fronterizo, el punitivismo carcelario o los conflictos bélicos sobre aquellas personas que no encajan en el ideal de ciudadane promovido por los Estados. Además, otra rama de la teoría queer ha denunciado la instrumentalización de los derechos LGTBIQ+ por parte de Estados liberales occidentales y la extrema derecha con el objetivo de impulsar políticas racistas. Así pues, sí que hay ramas de la teoría queer preocupadas por la emancipación colectiva y la mejora de las necesidades materiales de la población. De hecho, a medida que pasan los años constituyen una amplia mayoría.
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