El uso polisémico de algunos términos relacionados con la transexualidad está contribuyendo a distorsionar el debate sobre la Ley Trans. La Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología aclara algunos de estos términos y defiende la necesidad de incluir la perspectiva de esta ciencia.

Fuente (editada): EL SALTO | Susana Maroto Rebollo | 9 NOV 2020

Ante el enfrentamiento de posturas que se viene dando en los últimos tiempos en torno a las personas trans, especialmente a raíz del proyecto de Ley Trans presentado por el Ministerio de Igualdad, y que se encuentra desde el viernes 30 de octubre en periodo de consulta pública, desde la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS) queremos exponer nuestra postura partiendo de la perspectiva que la Sexología, ciencia que estudia los sexos y lo que desde su conocimiento científico nos aporta. Nuestra esperanza es que aporte algo de luz al debate.

Vaya por delante que consideramos absolutamente necesaria una ley estatal que garantice los derechos de las personas trans, un colectivo que sufre todas las formas de discriminación y al que, como sociedades civilizadas, no se está respondiendo en la misma medida que hacia otros grupos que han sufrido de discriminación. En este sentido la ley puede ser una herramienta fundamental y básica para solventar esta situación y enmendar la deuda existente.

La Sexología estudia los sexos y sus interacciones sexuadas, y produce conocimiento para comprender la sexualidad humana. Nuestro deseo es poner este capital a disposición de la sociedad para mejorar nuestras vidas y para seguir avanzando como comunidad científica y como sociedad. Sin embargo, en los últimos tiempos estamos viendo el surgimiento y la consolidación de corrientes de pensamiento que abordan el sexo prescindiendo de la Sexología y que elaboran teorías que pretenden dar respuesta a nuestro objeto de estudio con explicaciones parciales de una realidad tan amplia y compleja como es el hecho sexual humano.

Desde esta parcelación de la realidad a la que asistimos, queremos también llamar la atención sobre el uso de algunos conceptos, que están ya instalados en nuestras culturas occidentales y que están fomentando esta desinformación.

Vemos la necesidad de aclarar términos cuyos usos polisémicos están contribuyendo a este desatino conceptual que distorsiona el propio significado al que se refieren y con ello confunden a las personas en la comprensión de su dimensión sexuada. No olvidemos que estamos hablando de “vivirnos”, lo cual implica interacción, experiencia… y va mucho más lejos que “pensarnos”. Necesitamos que la sociedad se enriquezca con las preguntas que surgen en torno a ¿qué es ser hombres, mujeres y personas no binarias?, pero observamos que, además de la confusión, algunos debates ideológicos no solo no ayudan al loable fin de conocer y respetar la diversidad, sino que facilitan la aparición de incertidumbres y desasosiegos —sobre todo entre la juventud—, que les profesionales de la Sexología llevamos un tiempo atendiendo en educación y en asesoramiento y terapia. Esta problematización vuelve a repetirse en las mismas premisas normativas que lo ha venido haciendo a lo largo de nuestra historia represiva del abordaje sociocultural del sexo: generación de nuevas normatividades, actitudes combativas por falta de comprensión, falta de acercamiento a la literatura sexológica…

En cuanto a las instituciones responsables, podríamos tildar de despiste o resaltar la falta de liderazgo científico en el abordaje de estos temas; muy a nuestro pesar. Todavía prevalece la ideologización sobre la razón científica a la hora de desarrollar programas, proyectos, leyes, etc. Nuestra sociedad necesita superar ciertos debates que no deberían de ser opinables, sino zanjados, conocidos y respetados como, en este caso, el debate sobre la transexualidad.

Dicho esto, en primer lugar procede aclarar ciertos términos. Desde la Sexología entendemos por sexo aquello que somos. Del latín sexare (cortar, seccionar, en el sentido de dividir, diferenciar) el sexo es lo que me hace la persona única e irrepetible que soy. Se trata de una dimensión humana ineludible que se va configurando a lo largo de toda nuestra existencia, desde antes del nacimiento hasta la muerte, y en la que influyen —y confluyen— diversos elementos. La idea de sexo con la que trabaja la Sexología no es por tanto ni (solo) biológica, ni (solo) cultural, sino que es biográfica.

En este sentido, entender el sexo como sinónimo de genitales —y, a veces, cromosomas— es un error del que fácilmente podemos salir gracias al concepto de intersexualidad de Magnus Hirschfeld, quien fue pionero en desarrollar la teoría de la intersexualidad humana. Gracias a él y a otras personas autoras e investigadoras del sexo, se ha ido forjando un conocimiento que es capaz de explicar la transexualidad lejos del reduccionismo genital-cromosómico que se viene utilizando. Así, sabemos que todos los seres humanos poseemos características consideradas masculinas y femeninas, luego somos intersexuales. Las personas trans son un ejemplo de la diversidad que esa combinación siempre única de todos esos elementos, considerados socialmente masculinos y femeninos, produce.

Podemos decir además que la identidad sexual es la estructura sobre la que se organiza el psiquismo humano, que requiere entre otras cosas de autopercepción cerebral para dotarnos de noción de ser une misme. Partiendo de lo que llamamos sexación, que resumiendo mucho es un proceso precognitivo, evolutivamente reconocible, que tendría que ver con la necesidad de sexar, diferenciar al resto de personas, podemos decir que existe una categorización que cada quien se da a sí (autosexación) y otra para la que cada quien asigna a cada una de las personas con las que interactúa (alosexación). Hablamos de un fenómeno universal, que no se aprende ni se enseña; así pues, todas las personas somos alosexadas por el resto y autosexadas por nosotras mismas. No olvidemos que aunque somos seres humanos, no por ello dejamos de ser mamíferos y esta característica (alosexación) es tan evidente como elemental.

Y dicho esto, pretendemos no negar de dónde venimos sin menospreciar nuestra dimensión cultural. La cultura ha de servir para comprender y comprendernos, poner en valor la diversidad y respetar las diferencias. Pero la diversidad sexual no es una característica de la cultura sino del sexo, que después cada cultura y cada época gestiona.

En torno a estas cuestiones, han surgido en nuestra sociedad corrientes de pensamiento con las que aún compartiendo el loable objetivo del respeto a las diferencias, no podemos estar más en desacuerdo por el tratamiento que hacen de nuestro objeto de estudio y las consecuencias negativas hacia las personas trans. Estas corrientes atribuyen en exclusividad al proceso de culturización el hecho sexual identitario y hacen responsable al modelo de socialización de las diferencias sexuales a las que llaman de género. Consideramos que pasarán a la historia como negacionistas del sexo y esperamos que la evidencia y la razón acaben imponiéndose.

En relación con lo anterior, otro término que se está usando de manera muy confusa es el concepto de género, que parece tener utilidad para todo, lo mismo es sinónimo de mujer, que se habla de identidad de género como sinónimo de identidad sexual.

El género se refiere a aquellos roles, comportamientos, actividades y atribuciones socialmente construidos que una sociedad concreta considera propios de mujeres o de hombres. Repensar el género supone analizar en una cultura todos estos elementos que, sin duda, cuando no disponen de la flexibilidad que las propias personas necesitan para expresarse, se convierten en represores y ocultan esa realidad que ha de ser, en definitiva, la que prevalezca. El género es por tanto un instrumento de análisis que nos permite identificar las opresiones, pero en ningún caso es el origen de la identidad, puesto que, como demuestran las vidas de las personas trans, la identidad no puede ser impuesta.

Desde la Sexología consideramos que el concepto de identidad de género, como se viene usando sinónimo de identidad sexual, supone no sólo una contradicción sino que además genera desconcierto y confusión. Si hablamos de identidad sexual, a diferencia del género que se referiría a algo exclusivamente cultural, estamos hablando de una estructura básica, que no necesita de roles u estereotipos concretos para percibirse, aunque puedan utilizarse para expresarse, dos cuestiones que conviene reconocer para no confundirnos. La identidad sexual es para todas las personas una cualidad básica para poder convivir y, su reconocimiento, por tanto, es condición sine qua non para vivir.

Además, constatamos también que, parte del conflicto existente en torno a la transexualidad proviene de la confusión entre dos realidades diferentes: los comportamientos de género que no siguen las normas sociales —por ejemplo, un niño al que le gusten los vestidos y que incluso vistiéndose con ellos su autopercepción es de niño— y la autopercepción del sexo que no se corresponde con el asignado al nacer —por ejemplo, una niña cuyo sexo de asignación al nacer fue de niño, en base a sus genitales, y que nos da cuenta del error—. Para añadir más confusión a la sopa de términos, desde el mundo anglosajón hace años que se sustituyó la palabra sex (en el sentido del sexo que se es) por gender, con lo que numerosos textos legales y del ámbito de los derechos legales hablan de gender identity.

Más allá de la utilización de los términos, que entendemos importante, dado que con la formulación de su uso no hacemos sino constatar la confusión permanente con respecto a estos temas, vemos la necesidad de aclarar conceptos desde un plano científico para que, después, la autoridad competente tenga argumentos para garantizar derechos a través de la ley. Pero también para que podamos seguir haciendo pedagogía, es decir, educación de los sexos, desde la comprensión de estos y no desde enfrentamientos ideológicos.

Probablemente no hallemos una respuesta de consenso sobre qué nos hace ser quienes somos, pero lo que sí podemos afirmar es que no es algo que pueda establecerse desde fuera de la propia persona. Las mujeres trans no se sienten mujeres, saben que lo son; los hombres trans no quieren ser hombres, saben que lo son, exactamente igual que el resto, y exactamente igual que las personas no binarias.

Por tanto, deben equipararse sus derechos a los de las demás personas. Con ese objetivo la Ley Trans ha de garantizar la libertad para gestionar sus decisiones con respecto a la expresión de su identidad.

 

Susana Maroto Rebollo es presidenta de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología