La aprobación inminente de una ley trans es peligrosa porque ha reactivado los discursos tránsfobos, y no precisamente de la mano de Santiago Abascal sino de algunas feministas que considerábamos referentes.

Fuente (editada): EL SALTO |  Daniela Ferrández | 2019-12-11

Es posible que a estas alturas muchas de vosotras ya hayáis sido advertidas por algunas de vuestras referentes feministas del peligro inminente que se avecina si el hipotético nuevo gobierno tramita la llamada Ley Trans estatal, o alguna de las propuestas legislativas existentes que abordan la despatologización de la transexualidad como punto de partida.

Para quien no lo sepa, la despatologización, piedra angular de la lucha por los derechos de este colectivo, supone la eliminación de la etiqueta de “trastorno mental” a la propia condición trans, poniendo fin a todo un proceso médico y psicológico hasta hoy en día obligatorio para toda aquella persona que quisiera cambiar el sexo de su DNI. En ese sentido, la ley que hasta este momento está vigente es la 3/2007, en la que se estipula que toda persona trans debe aportar un informe psicológico en el que se aborde dicho trastorno y otro médico que recoja, como requisito indispensable para cualquier cambio registral, haberse sometido durante al menos dos años a un tratamiento hormonal.

Con todo, los prejuicios que se desprenden de este corpus legislativo son fáciles de conocer si prestamos atención a cualquier descripción sobre la realidad trans que se realice desde el propio colectivo. En primer lugar, y más allá del estigma social que emana de la etiqueta de “enferma mental”, se denuncia constantemente que esta medida imposibilita a las personas trans la agencia sobre sus cuerpos y procesos, ya que el reconocimiento de esta condición individual por parte de la esfera pública —necesario para cualquier trámite— dependería de un contingente de especialistas en Psicología, Psiquiatras y Medicina que evaluarían y juzgarían hasta qué punto la persona es quien dice ser. Para ello se aplican toda una serie de prácticas lesivas como el escarnio, en situaciones como la de obligar a las personas a desnudarse delante de une forense para constatar que mantienen un tratamiento hormonal, la esterilización obligatoria a través de dicho tratamiento —algo a lo que no todo el colectivo desea someterse—, o el retraso implícito en el propio procedimiento, algo que obliga a las personas a permanecer durante al menos dos años con un DNI diferente a su expresión e identidad pública, con todos los problemas que ello conlleva.

Ante la amenaza creciente de un fascismo maquillado, tenemos que rescatar a elaboración de análisis y respuestas transversales y colectivas

No obstante, el hecho de admitir que la despatologización es una medida básica y urgente para el colectivo trans no debe ocultar la certeza de que es peligrosa para la sociedad en general y para el feminismo en particular, ya que está abriendo la puerta a toda una serie de discursos de odio que socavan los principios de democracia e igualdad que cimentan nuestra identidad colectiva. Ante la amenaza creciente de un fascismo maquillado, que se expande por países como Brasil o EE UU, y que es tercera fuerza política en la principal cámara de representantes del Estado español, tenemos que rescatar la elaboración de análisis y respuestas transversales y colectivas que comiencen —o vuelvan— a llamar a las cosas por su nombre, y nos enseñen a estar prevenidas ante el odio disfrazado que pretende anidar en nuestras consciencias. Odio a la persona emigrante, pobre, diferente, diversa, enmascarado en un continuum de “yo no soy X pero” y reforzado por su capacidad para actuar en paralelo, para no ser identificado. Esa es la forma en la que el fascismo quiere volver, consiguiendo sacar lo peor de nosotras sin que lleguemos a cuestionarnos principios que hasta la fecha eran básicos en la construcción de nuestra ciudadanía. Así pues, es común escuchar a personas que se dejan arrastrar por esta corriente, atrincheradas en el odio a las personas emigrantes, que en ningún momento aceptarían otros discursos de esa misma ola referidos a la población LGTBI, sin ser conscientes o sin querer serlo, de que votar a un partido fascista les hace comprar todo el pack de su discurso.

Y lo mismo está sucediendo a la inversa con personas que nunca cuestionarían su antirracismo, e incluso su conciencia de clase, pero que están comprando el odio hacia el colectivo LGTBIA de una forma indirecta y sibilina. De este modo, la aprobación inminente de una ley trans es peligrosa, porque se está convirtiendo en la piedra angular de estos discursos y no precisamente de la mano de Santiago Abascal, sino de feministas que hasta el momento todas y cada una de nosotras considerábamos referentes. Un análisis rápido de los argumentos que utilizan saca a la palestra conclusiones abrumadoras, en las que no es difícil identificar características de los discursos de odio como el miedo a la persona diferente, el bulo, o el uso de las mismas armas del patriarcado para atacar a mujeres y, a fin de cuentas, compañeras.

Así, una de las mayores argumentaciones de las que protestan contra la inminente aprobación del derecho a que no sean necesarias pruebas médicas y psicológicas para el cambio de sexo legal, es su certeza de que va a constituir un regalo para pederastas y violadores, que van a utilizar las posibilidades de la ley para registrarse como mujeres y conseguir de una forma legal el acceso “espacios seguros” como baños y vestuarios. Cuando hablan de este argumento, suelen ocultar que la autodeterminación de género ya está vigente en una gran cantidad de países como Argentina, Portugal o Grecia, para centrar los argumentos en supuestos individuos, repartidos por cuentagotas por el mundo, que han penetrado en estos espacios seguros haciéndose pasar por mujeres para dañar a las que en ellos se encontraban. Ya sea en una pequeña población de Canadá, en una gran urbe de los Estados Unidos o en un rincón perdido de la Conchinchina, nada más trascender una noticia de este calado —generalmente sin contrastar la fuente, lo que nos expone a la cultura del fake tan utilizada por el fascismo actual— comienzan a llenarse ríos de tinta en muros de Facebook y artículos de periódicos, supuestamente serios y de izquierdas, alertando contra el peligro inminente de la aprobación de una ley trans en el Estado español, y señalando que abre la puerta a la repetición de estos casos en todas y cada una de nuestras aldeas, villas y ciudades. Una cultura del miedo que no es diferente a lo realizado por ciertes propagandistas cuando ponen el grito en el cielo al producirse un delito por une «menor extranjero no acompañado», en cualquier punto de la geografía del Estado. Una cultura del miedo que convierte la excepción en motivo de alarma, y a su vez en la excusa perfecta para clamar contra los derechos del colectivo destinatario, deshumanizarlo y ponerlo en el punto de mira.

Todo este discurso, además, posee entre sus fines principales borrar la existencia de las personas trans, invisibilizarnos y convertirnos en responsables de nuestras propias opresiones. Se acompañan, por lo tanto, de una negación de nuestra identidad, alegando que las mujeres trans somos hombres que decidimos transitar, como decía Albert Pla, al “lado más salvaje de la vida” por capricho. Si decides caminar por las vías del tren y este te atropella, será irremediablemente tu culpa, igual que si decides ser trans, que te maten y te violen por ello será tu propia responsabilidad. Es por ello por lo que el discurso de odio al que hago referencia invisibiliza constantemente las opresiones que sufrimos por ser mujeres, y que se maximizan por ser trans. Como todas sabemos, lo que no se nombra no existe, y si no existe, no se puede solucionar.

El mejor ejemplo sucede cuando dicho discurso pone su atención en la aplicación de la despatologización en las cárceles. Siguiendo con la misma dinámica argumental, consideran que ello va a abrir la puerta a que los reclusos violadores de los módulos masculinos se declaren mujeres y aprovechen para satisfacerse a su antojo en los femeninos, un escenario tremebundo comparable con la matanza de Texas o algo similar. Si bien es posible que existan violadores en diferentes lugares del mundo, capaces de vivir toda su vida con una identidad que no les pertenece —algo de cuya dificultad puede dar testimonio cualquier persona trans—, para continuar violando, convertir esto en norma, abre la puerta a ocultar otras evidencias, como el hecho de que el 59% de las reclusas trans internas en módulos de hombres son violadas por sus compañeros.

Todo este discurso, además, tiene entre sus fines principales el de borrar a existencia de las personas trans, invisibilizarnos y convertirnos en responsables de nuestras propias opresiones

En esta tesitura, no es muy difícil darse cuenta de que este es exactamente el mismo patrón que utiliza el patriarcado para cargar contra nosotras y restarnos derechos. El mejor ejemplo es el representado por el conocido argumento de las denuncias falsas, donde se asume que algo que sucede en menos del 1% de los casos en los que se aplica la ley contra la violencia de género es suficiente para solicitar la derogación de dicha ley y restarnos derechos a todas. Además, si analizamos el mundo que nos rodea con nuestras gafas violetas, salta rápidamente a la palestra que la idea de que los hombres necesitan registrarse como mujeres para violar y violentar a otras, niega la esencia del propio patriarcado, puesto que este es un sistema en el que a través de herramientas culturales y legales de diverso calado, se incentiva y permite que los hombres, por el mero hecho de serlo, se adueñen del cuerpo y la voluntad de las mujeres, también por el mero hecho de serlo.

La expansión de discursos que no son contrastados ni sometidos a la capacidad crítica de quien los recibe, con posibilidades de sumar a un gran número de gente en la construcción de un ente enemigo común, de una “otredad” deshumanizada a quien excluir, se constituye como la piedra angular de la expansión del fascismo, y que ello afecte a sectores que se consideran de izquierdas o feministas supone un auténtico peligro. Como decía Gramsci, es justo en este momento cuándo más “instruidas” tenemos que estar, y ello pasa por conocer la realidad del colectivo trans y hacer de su lucha nuestra lucha, “conmovidas” por la sororidad y la solidaridad contra el odio, y “organizadas” para defender unos derechos sin los cuales no puede existir igualdad. La aprobación de una ley trans es —o debería ser— inminente con la llegada del nuevo Gobierno, y ello va a requerir toda nuestra “inteligencia”, “entusiasmo” y “fuerza”, en una causa común y feminista como son los derechos del colectivo trans en general y de las mujeres trans en particular.