A Stacy Velásquez llegar al colectivo guatemalteco OTRANS-Organización Trans Reinas de la Noche le salvó la vida. Como migrada y extrabajadora sexual, apela a los feminismos como una herramienta clave de la lucha de las personas trans: «Lo mejor que a la organización le ha pasado ha sido feminismo, porque vimos que podíamos ser libres e independientes y hacerlo en colectivo»
Fuente (editada): Píkara Magazine | Mª Ángeles Fernández | 27/11/2019
Es un volcán. Lanza sabiduría sin parar. Enlaza ideas, frases y reflexiones, a la vez que sonríe, ríe a carcajadas, interpela y se pone seria. Llora incluso. Respira hondo mientras sus palabras vuelan como un torbellino imparable. Vindica que lo personal es político en unas recientes jornadas en Bilbao, y remarca que hay que defender los territorios desde los cuidados en otro encuentro. Es una defensora. Es una una mujer trans. Es centroamericana. Es migrada.
Stacy Velásquez dirige OTRANS-Organización Trans Reinas de la Noche, de Guatemala, en la que milita desde hace una década. Llegar al colectivo le salvó la vida, dice. Y hoy les cuenta a sus compañeras que “hay otra formar de vivir como mujer trans en Guatemala”. Eso sí, pone condiciones, “siempre y cuando conozcamos el feminismo”. Insiste además en la importancia de trabajar en comunidad, del cariño y de la resistencia. Sin olvidar la batucada, que hace sacar la rabia.
¿Qué ha supuesto el feminismo para el colectivo OTRANS y para ti?
«Uf, cómo te digo. Venimos de una base comunitaria muy herida, muy luchada, muy de resistencia, y cuando conocimos el feminismo empezamos a resistir desde el amor. Creo que eso nos ha dado la pauta para poder salvar a esas jóvenes y adolescentes que a gritos piden existir. A la mujer trans el feminismo le da mucha existencia, le da mucho el ser. Cuando yo conocí el feminismo conocí mi felicidad. Lo mejor que le ha pasado a la organización ha sido feminismo, porque vimos que podíamos ser libres e independientes, y hacerlo en colectivo. Ahora podemos cuidar el futuro de las compañeras que vienen.»
El colectivo OTRANS, con una base de mujeres trans trabajadoras sexuales migradas e indígenas desplazadas internas, lucha desde 2004 por la defensa de los derechos de las mujeres trans en Guatemala. Además de acompañamiento, fortalecimiento y documentación de agresiones, apuesta por la incidencia política, como la demanda de una ley de identidad: “Porque somos migrantes en nuestros propios países, no tenemos un documento de lo que somos”. La organización también exige una estrategia de atención integral y diferenciada en la salud, así como la garantía del acceso a la educación y a la justicia. Y no solo eso: “A largo plazo lo que queremos es reconstruir la memoria histórica de las mujeres trans de Guatemala. El mismo archivo de la policía nacional de Guatemala lo dice, desde 1957 aprendían a las mujeres trans por usurpación de identidad. Necesitamos reconstruir la historia, para que las compañeras no repitan lo que nosotras ya pasamos”. Y habla de Blanca, salvadoreña, que fue detenida más de 19 veces.
“La organización está trabajando un principio de no repetición, que las compañeras puedan salir ilesas del trabajo sexual, puedan salir ilesas de la migración forzada y del desplazamiento forzado. Estamos perdiendo nuestro potencial humano dentro del país, porque las compañeras se van a ser felices en otros países cuando pueden ser felices aquí. Les quitan sus orígenes y su sueño”, arranca. Y no para. Las afirmaciones arrollan la conversación en una fría mañana de otoño. “Al sistema patriarcal de Europa le conviene que la mujer trans sea prostituta antes de que sea su vecina. Prefieren ser clientes antes que nuestres vecines, porque la doble moral existe. El patriarcado se sirve del placer de la mujer trans, pero para el patriarcado es difícil convivir en un edificio donde se den cuenta de sus gustos, de su verdadera sexualidad. El patriarcado no solo tiene que ver con un sistema de exclusión, también tiene que ver con un sistema de placer que no está dentro de las políticas públicas. Cuando hablamos de trabajo sexual es nuestra culpa ser prostitutas y, no, es la culpa de todos los gobiernos del mundo que nos prefieren prostitutas antes que vecinas”.
Escuchar a Stacy Velásquez, también coordinadora nacional de Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans (REDLACTRANS), es sinónimo de tomar notas sin parar, de llenar la libreta con dictados, a veces claros, a veces que exigen contexto, nunca neutros. Así más que preguntas, la entrevista se nutre de algunas de sus afirmaciones.
“Me reivindico como migrante”.
«Tengo 15 años de vivir desplazada, soy salvadoreña, y cuando me reafirmo migrada es porque también he resistido a ese sistema burocrático para las personas migrantes. Hace un mes empecé a sacar mis papeles en Guatemala. No lo había hecho antes porque era una cuestión de resistencia, porque me parece que es muy violento el proceso. Ejercí el trabajo sexual por una necesidad y creo que cuando me sitúo como migrada lo hago para recordar que muchas compañeras perdemos identidad y esa identidad a veces es bien difícil florecerla. Soy migrada porque me ha atravesado todo ese sistema patriarcal: estás en una mesa donde hay más hombres que mujeres decidiendo si te dan refugio o no. Y la otra situación que me parece violenta es por qué tienes que pagar en un país para residir. Ser migrante también es un negocio para los países y para las instituciones, para Naciones Unidas, para la comisión de personas refugiadas. Y el servicio tampoco es integral, no son migrantes quienes atienden a migrantes. Lo más terrible es que en esos refugios o albergues para personas refugiadas no atienden a personas como yo, ¿cómo crees?. “Sí, te podemos atender, pero de lejos”. En los albergues no puedes estar porque eres trans y te puedes meter con los otras personas migrantes. Y el alto comisionado para personas refugiadas tiene alianzas estratégicas con la pastoral, con el consejo ecuménico. ¡Tienen unas alianzas tan perversas! Y todo está estructurado: el patriarcado con su burocracia y la religión con sus colonización religiosa.»
“No he dejado de creer en la virgen de Guadalupe, pero he dejado de creer en el sistema. No visito iglesias como acto político, porque generan odio”.
«Claro, también es resistencia. Vengo de una familia que no cree en eso porque es evangélica y la virgen de la Guadalupe es católica. Pero no me sitúo desde lo católico, para mí la virgen de la Guadalupe es mi Diosa. Hablaba de esto con una compañera de la REDLACTRANS y me dijo: “Hermana, tenemos Diosas, pero se han invisibilizado. Son nuestras ancestras”. Y desde entonces hablo de la virgen, porque es una forma de despatriarcalizar a ese dios y a ese dogma de dios.»
“La identidad no sólo es de género, también es étnica y autopercibida. La identidad autopercibida es resistencia. También tenemos derecho a no binarizarnos”.
«La identidad autopercibida va más allá de la identidad sexual, que es la autonomía del ser humano de querer ser hombre o querer ser mujer. La identidad autopercibida es aquella en la que no te sitúas, donde no quieres estar, hablamos de las personas no binarias, de las personas intersex. En la organización hablamos de poder ir desbinarizándonos, también en las cuestiones de la lucha. Parece que solo las mujeres cisexuales pueden estar en la lucha.»
“Hay que agitar los feminismos”.
«Yo reclamo y apelo mucho a los principios feministas: a la confianza, a la lealtad, a la sororidad…, que los estamos perdiendo. Para mí es triste que en unas jornadas feministas el centro haya sido un pleito en la mesa de decolonialidad. Hay que agitar los feminismos desde el amor. Creo que no apelamos a la sororidad, siempre nos andamos seccionalizando y no lo hacemos desde la interseccionaldiad sino desde el poder. Estamos perdiendo los principios feministas, porque nuestra lucha ya no es contra el patriarcado sino por ver quién es más en los feminismos y quién es menos. Tenemos que repensarnos y deconstruirnos un poco, pero con sororidad; que las tensiones sean reflexiones.»
“La diversidad no radica en el ser sino en el somos”.
«Claro. Cuesta mucho ser, es mejor que seamos, porque cuando somos hay comunidad. Hablo de comunidad y de pluralidad. Nosotras ahora le estamos centrando mucho al feminismo comunitario, que es plurinacional, disidente, diverso, y cosmogónico.»
“¿Quién nos chingó la vida?”.
«A las mujeres trans nos chingó la vida dios. También nos chingaron la vida cuando nos enseñaron la biblia, que es un libro muy violento, mira lo que está pasando en Bolivia. Es terrible. Y que la Unión Europea sea cómplice de esto… ¡Como puede aceptar a una racista como presidenta! A las mujeres la colonización nos chingó; no sé cómo pudimos renunciar a tanto por tanto poco.»
Su pensamiento y sus palabras van a la misma velocidad. Se mezclan, se pisan, se apresuran. Es tan expresiva como contundente. No para de lanzar sentencias que, según en el momento en que las retome, tienen diferentes matices. “No nos idealicen. Las mujeres trans estamos muy estereotipadas”, lanza. Luego recomienda sonreír a las mujeres que están paradas en la calle e insiste en que “somos putas porque de eso sobrevivimos”. Apuesta por el autocuidado y por los cuidados colectivos de los cuerpos, territorios que han sido colonizados: “Las mujeres trans no podemos resistir solas. Necesitamos aliadas. Sin comunidad, no hay lucha”, dice. E insiste en la importancia de la lucha feminista, eso sí, siempre matiza: “Si hay un manual para ser feminista yo quiero ser libre, no feminista”, proclama mientras recuerda que huyó de una sociedad en la que le decían lo que tenía que hacer.
La conversación es dura. Hablar de fronteras, de refugio, de “gente que te quiere matar”, de cuerpos y de resistencias hace que Stacy Velásquez se suelte e incluso cuente aquello que no querría contar, como cuando terminó detenida porque se desnudó en un espacio público, como cuando alguien de su familia la prefería muerta o como cuando su organización recibió un ataque político de una agencia de cooperación, que las tildó de ladronas. Y aquí su fortaleza cae. Tiembla. Llora. “La batucada significa que la lucha trans ser va a hacer con dinero o sin dinero”, suelta en un tono de voz mucho más bajito, casi imperceptible para la grabadora, y con lágrimas en los ojos. Porque aquella organización que no nombra hizo que tuvieran que vender el equipo de sonido de la batucada, de la batutrans, como la llama. Nos las silenciaron. Los tambores siguen sonando.
“La batucada visibiliza la ira”.
«Para mí la batucada es mi sueño. Representa el ruido. Cuando hicimos las manifestaciones para sacar al presidente Otto Pérez Molina y a la vicepresidenta, nos lo pasábamos bien chilero con nuestra bandera trans y con la batucada del pueblo que nos prestaba los tambores. Y vi que las compañeras soltaban mucho la ira. Y una forma de trabajar las heridas es sacando la ira. Muchas mujeres trans a veces replicamos la violencia, no en el nombre de hacer daño sino en el nombre de protegernos, de cuidarnos. Creo que la batucada nos ha dado otra forma de luchar.»