Fuente (editada): elPeriódico | María Dolores Marroquí | 20 de octubre de 2019
En el día de la conmemoración de la Revolución y deseando más revoluciones, la conclusión de vida es que trans-formarnos es algo que nos compete como sociedad.
“No es lo mismo perdurar que vivir”, dice una hermosa canción titulada “Honrar la vida”. Efectivamente, vivir va más allá de cumplir años y obedecer los mandatos impuestos. Por suerte viví una de las historias más conmovedoras de mi vida. Acompañé a una niña trans a quien se le ha negado un espacio de seguridad, acompañamiento y amor, en esta etapa de su vida en la que necesita reforzar su confianza en la humanidad y asentar la cooperación, la empatía y la solidaridad como valores centrales en su vida.
Entre sentimientos encontrados: indignación, llantos contenidos y la alegría de ver alzar el vuelo a quien se está atreviendo a ser, nos topamos varias personas siendo soporte de esta niña de 12 años, que, contra viento y marea, y con el apoyo de su familia, está saltándose las trancas del qué dirán, porque ha decidido reconocer y llevar a cabo, en sintonía con su ser más profundo, visibilizarse, no como el niño que fue asignado, sino como la niña que es.
Perversiones le dirán algunas personas, pecado otras, enfermedad algunas más. Pero algo importante de decir, es que aquí lo que presenciamos es un gran acto de autonomía, porque este ser, al igual que otras personas que se han tomado la vida en serio, están haciéndose valer en un mundo que se atreve, desde la comodidad de sus privilegios, a nombrar lo bueno y lo malo, lo normal y lo que no lo es.
Y es que este sistema que necesita úteros gestantes, parejas, en unión o matrimonio, que estén dispuestas a reproducir el esquema de dominio machista, se ve retado cuando alguien hilvana y teje relaciones que pone en jaque ese sentido común, que cuestiona el deseo, el mandato del cuerpo mismo.
Cuando vi a ese ser delicado, que, con una decisión fuertemente tierna, reta suave pero contundentemente el sentido del amor que conocemos, el que se impone desde los límites de lo que debe ser, no pude más que sentir aprecio por la vida, que me da la oportunidad de ver los privilegios que sutilmente se nos ha asignado como premios por hacer girar la polea que nos sigue aprisionando.
Todo lo que pueda decir sobre las personas que deciden hacerse visibles y asumir en su carne y vida propia las disidencias de cualquier tipo, pero sobre todo la sexual, me suena a panfleto en este momento; cuando veo el cinismo de quienes dicen tener el compromiso para transformar y construir una cultura de paz, porque en lugar de aprovechar estas oportunidades para encontrar caminos que nos hagan ganar-ganar, imponen el silencio cómplice con esta maquinaria de opresión.
En el día de la conmemoración de la Revolución y deseando más revoluciones, la conclusión de vida es que trans-formarnos es algo que nos compete como sociedad y que honrar la vida es respetar las disidencias, admirar a las personas que construyen su autonomía y cuando hablamos de une niñe trans, amarles profundamente.
Agradezco y abrazo a todas las personas trans, porque su sola existencia nos cuestiona lo más profundo de nuestro ser.