Hoy más que nunca, el mundo mira a unas artistas drag que cruzan continuamente las líneas y los límites de lo que la sociedad marca como establecido, pero no es algo nuevo.

Fuente (editada): EL SALTO | Marta Seguí Somoza / Sergio Aires Machado | 1 ENE 2024

Dress as a girl. Bajo esa expresión y su acrónimo, Drag, crece y se desarrolla un arte con mil formas de ser entendido, creado y performado. Hoy más que nunca, el mundo mira a unas artistas que cruzan continuamente las líneas y los límites de lo que la sociedad marca como establecido. Pero no es algo nuevo. La necesidad de expresar identidades y formas de estar en el mundo que salen de lo normativo nunca ha dejado de existir. Hacerlo a través del arte, tampoco.

Sus orígenes son muchos y variados, lo que hace imposible señalar un momento y un espacio concreto como el principio de todo. Desde las tradiciones precolombinas hasta el teatro isabelino, la unión entre transgresión y performance ha estado siempre unida, aunque es precisamente durante el reinado de Isabel I de Inglaterra cuando se le empieza a conocer como dress as a girl. A partir de ahí, el drag ha funcionado como refugio para los colectivos disidentes y como caldo de cultivo para sus reivindicaciones.

Antes de la colonización de América, existían “tradiciones históricas” que rompían con los modelos normativos de género que impusieron los colonizadores, según cuenta Carmen Romero Bachiller, socióloga, experta en identidad de género y profesora en la Universidad Complutense de Madrid. Con la llegada de Colón, estas prácticas fueron eliminadas y castigadas, con métodos crueles como el “aperramiento”,  que consistía en “lanzar los perros contra aquelles acusades de sodomía y que rompían con las normas de género, lo que buscaba provocar terror entre quienes lo practicaban”, explica la experta. Ahora, algunas de esas prácticas están siendo rescatadas como ejercicio de memoria, aunque el  “borrado sistémico” al que fueron sometidas lo dificulta.

Aun así, el término drag se originó en Reino Unido. Durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, el teatro vivió un auge gracias a las compañías privadas, estrechamente vinculadas a la Iglesia. Este  factor impedía a las mujeres subirse a los escenarios, por lo que eran hombres travestidos los que interpretaban los papeles femeninos. Destacaban entonces las pelucas voluminosas y grandes coberturas de maquillaje en las que predominaba el uso de tonos pálidos con los que feminizar los rasgos. Esta tendencia comenzó a conocerse como “dress as a girl”.

Durante el siglo XX, una evolución de esa tendencia llegó a los espectáculos estadounidenses, concretamente a aquellos que formaban parte del “vaudeville”, un género que consistía en comedias frívolas, ligeras y picantes, cuyo hilo narrativo se basaba en la intriga y el equívoco. Fueron las actuaciones musicales propias de estas obras las que permitieron consolidar el drag en el territorio estadounidense. Es aquí cuando se alcanzó el culmen del drag en Estados Unidos. Con la llegada de la Ley Seca, aparecieron locales clandestinos que, más allá de incumplir la nueva norma, comenzaron a ser frecuentados por personas LGTBIQA+.

Los espectáculos drag se convirtieron en un atractivo más de los locales y recibieron el nombre de pansy craze (“locura mariquita”). A pesar de la clandestinidad, el sentido de comunidad permitió expresar identidades castigadas y reprimidas en un espacio seguro. No obstante, con el fin de las prohibiciones, el drag se desvinculó del entretenimiento popular y la marginación del colectivo queer y de sus espectáculos se volvió más presente que nunca. Es en este contexto donde surge la figura de Flawless Sabrina, una de las líderes del movimiento drag del siglo XX y una pionera en la lucha por los derechos del colectivo.

Un punto de inflexión para la lucha por los derechos del colectivo llegó tras los disturbios de Stonewall, una serie de manifestaciones y protestas que surgieron de manera espontánea como respuesta a una redada policial que sufrió el pub Stonewall Inn, uno de los pocos de la ciudad de Nueva York que permitía la entrada al local de personas LGTBIQA+. Tras este episodio, la cultura queer se instauró en muchas ciudades de Estados Unidos. En una de ellas, Nueva York, nació la cultura del ball room, donde destacó la presencia de minorías, tanto de personas racializadas, como de mujeres trans y personas seropositivas.

MARTA SEGUÍ SOMOZA

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Estos espacios sirvieron para crear un sentimiento de comunidad y refugio, especialmente representado en la figura de las ‘house’, espacios en los que aquellas drag que llevaban más tiempo involucradas en el mundo del espectáculo acogían a las que querían adentrarse en él y aprender. Así pues, se presentaban a los “balls”, eventos en los que unían la moda, la performance y el baile, en ellos competían conjuntamente con sus casas a forma de equipo para intentar reunir la mayor cantidad de trofeos posibles optando así a más prestigio’. La serie POSE y el documental Paris is burning ilustran esta época.

A partir de entonces, la cultura drag empezó a tener presencia fuera de los nichos queer. Grandes referentes estéticos y culturales como David Bowie bebieron de su influencia, y nuevos grupos sociales, como los “club kids”, emergieron inspirados, en parte, por lo drag y lo queer, algo que refleja el documental. Buena prueba de ello es también el éxito de RuPaul Charles, que mezclaba en su propuesta música y estética drag. Su carrera comenzó en los 90 y se consolidó en los 2000, especialmente con el estreno en 2009 de la primera edición de RuPaul’s Drag Race, un espacio que ha sido clave para la visibilización del drag, aunque también ha estado sujeto a controversia.

Identidades a descubrir

En muchas ocasiones, la iniciación en el drag se da como canalización de una identidad que no puede ser expresada en otros ambientes. Heidi, cuyo nombre encima del escenario es Tulpa, cuenta que llegó al drag junto a dos amigues con quien compartía, además de inquietudes, la asignatura de performance en el grado de Bellas Artes: “Allí empezamos a descubrir otras facetas artísticas y otros formatos que tenían que ver con el cuerpo y la expresión”.

MARTA SEGUÍ SOMOZA

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RaPaella Carrà, en su caso, sentía desde pequeña la necesidad de expresarse mediante la performance: “Yo conocía el programa de RuPaul’s Drag Race, a pesar de que no había tanta cultura drag en mi pueblo, ni en Cerdeña en general, tan solo había las travestis de siempre. Como tenía muy poca experiencia yendo a sitios de ambiente, me agarré mucho a la ideología y a la visión de ese programa; de alguna forma y sin saberlo generaron en mí las ganas de hacer drag”, aunque no tuvo oportunidad de hacerlo hasta su llegada a València.

Todas esas trayectorias muestran cómo “el drag se cuela por las grietas que se crean en el sistema no solo del género, sino también de la raza y de clase”, es decir, que se trata de “un arte que intersecciona con muchas realidades”, explica Carmen Romero Bachiller, socióloga y experta en identidad sexual. “Acuerpar posiciones de privilegio” funciona como respuesta a una “sociedad hostil” que expulsa las identidades disidentes, cuenta.

“El drag te empodera mucho, aunque cuando salgo a la calle los miedos siguen allí, sobre todo por algunas zonas de la ciudad en concreto. Me siento más cómoda así, que no si Edo [su nombre fuera del drag] sale con una falda y un top llamativo a la calle. RaPaella me ayuda mucho, me hace sentir empoderada, para mí ella es una exageración de mi persona, de lo que soy yo en mi día a día”, dice RaPaella. No lo vive igual Miss Acha, que solo se siente segura “si estoy en el pub o si estoy cerca de él [Edo]”. “Si salgo montada a la calle siempre cojo un taxi e incluso esa situación me resulta desagradable”, comenta.

 

 

Inicios y estereotipos

Tulpa, a pesar de encontrar en el drag un espacio seguro para expresarse libremente, asegura que los inicios en la disciplina, lo que se conoce como ser una ‘babydrag’, nunca son fáciles. Menos aún “si tus actuaciones son más locas, más punkis” de lo habitual. El drag no se libra de las jerarquías marcadas en lo comercial y lo más exitoso, mientras que lo que queda relegado a un plano más alternativo y reducido llega a un público menos amplio.

Parte de la culpa de que esto sea así la tiene Drag Race. El programa ha dado a conocer el drag a nivel mainstream en todo el mundo, abriendo la puerta a personas no expuestas a ambientes drags, de manera que se interesen por él y normalicen todo tipo de identidades apartadas del foco. También ha contribuido a establecer un tipo de drag como hegemónico y como imagen de un arte que es mucho más amplio que eso. “Drag Race solo muestra la cara más bonita, es decir, el arquetipo de drag queen al uso: un hombre, habitualmente cis, que asume un rol de mujer con estereotipos femeninos muy marcados”, relata Tulpa. “El drag no es solo lo que se ve en la tele”, coinciden también RaPaella y Miss Acha, “al final, son muchos los estereotipos que han marcado el drag, como la “comedy Queen” o las “90-60-90”, que equivalen a la mujer estereotípica perfecta”, añaden.

MARTA SEGUÍ SOMOZA

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Aun así, es cierto que, aunque la industria televisiva no muestra el drag en toda su complejidad, existen productos audiovisuales que contribuyen a llevar el drag al público general desde una perspectiva responsable y coherente, así como otros contenidos queer que dan visibilidad a otras realidades que no han sido escuchadas. Es el caso de películas como “Pride” y “Te estoy amando locamente” o series como “POSE” e “It’s a Sin”, a las que se suman los ya “Paris is Burning” y “El gran hotel de las Reinas”.

Tulpa practica en sus actuaciones lo que se conoce como “drag king”, una de esas variantes del drag mucho más invisibilizadas. En ella, la artista se traviste resaltando los estereotipos masculinos. Aun así, también muestra su cuerpo, es decir, “me pongo corsets, me dejo las tetas fuera, se me ve el culo…”. Lo que hace es cruzar en ambos sentidos las líneas del género: “No hay ninguna regla que te diga cómo tienes que ser para hacer un drag u otro”.

Su elección le ha permitido explorar más libremente las posibilidades de la actuación y expresar su identidad de una forma más libre. Pero, a pesar de su trabajo y el de muchas otras drags, el panorama valenciano parece no estar todavía preparado para salir de las actuaciones más tradicionales: “tenemos el mismo público siempre: nuestras amigas, que nos han querido siempre y al cielo con ellas, pero, claro, es complicado”.

RaPaella destaca que al no haber tantas oportunidades de trabajo ni tantos sitios en los que trabajar, siente que se ha creado un vínculo de compañerismo entre elles y eso es lo que permite crearse una familia en la industria. Aunque no siempre es así, también hay competencia: en ocasiones, cuando una de ellas ve la oportunidad de conseguir trabajo, deja atrás a las demás. Miss Acha discrepa rotundamente: “Yo no creo que haya compañerismo, porque compañerismo es que llegas y te sientes como en casa, o que vas a llegar a un pub y hay otra travesti y ya te sientes arropada por ella. La realidad es que hay compañeras de trabajo que se critican mucho entre sí. Veo un compañerismo real en casos excepcionales en los que hay una amistad involucrada y que además no compartimos espacios de trabajo”.

Además, la vida laboral de estas artistas no es nada sencilla, pues son pocas las que pueden vivir de ello, al menos en el panorama valenciano. La mayoría trabaja a base de colaboraciones esporádicas con algunos locales, a lo que se suma la dificultad para las nuevas incorporaciones. RaPaella destaca que el trato cambia mucho según la trayectoria de la artista, algo contra lo que claman muchas de ellas: “No se nos debería tratar de forma diferente por el tiempo que llevemos porque, además, eso no significa que tu arte y tu talento valgan más que el mío”. La remuneración tampoco se salva, pues “no te pagan teniendo en cuenta las horas de preparación, el proceso creativo ni los materiales”. Además, en muchas ocasiones, no solo se actúa, sino que “tienes que repartir panfletos del local por la calle o hacer un lypsinc o animar la fiesta”, comparte Miss Acha.

Pero, ¿qué le espera al drag en el futuro? Miss Acha y RaPaella coinciden en que le espera un panorama mucho más amplio, que se salga del estereotipo de “peluca y tetas de silicona”. “No es que ahora se estén haciendo cosas nuevas, siempre han estado allí pero ahora se están aceptando y visibilizando, así que el camino del drag es seguir por ahí, seguir creciendo en visibilidad y aceptación, porque eso es lo que permite que más personas quieran investigar sus dotes artísticos”, coinciden Miss Acha y RaPaella.

El panorama del drag en Valencia, aunque se encuentra en auge, no tiene espacios exclusivamente dedicados a ello. Los espacios en los que pueden actuar son locales en los que su actividad principal es otra, como la restauración o el ocio nocturno, y que esporádicamente contratan a drags para que actúen. RaPaella destaca que “ahora que estoy viviendo en Barcelona noto mucho la diferencia. En Valencia no hay la misma cultura del drag, no hay un pub al que puedas acudir siempre que te apetezca ir a ver a drags, sea jueves viernes o domingo. Trabajamos porque nos invitan o porque nos llaman, no porque haya un sitio donde puedan trabajar las travestis todo el rato, es un trabajo completamente condicionado por lo que quieran los pubs”. De todas formas, estos son algunos de los locales que apuestan por el drag: Cómeme la BocaDeseo 54 o House of Marikinkis en La Barbería del Grao Night Club.

Tras años de resistencia y clandestinidad, hay drag para rato. Por mucho que sus artistas hayan hecho suya una pequeña parcela de lo mainstream, su visibilidad y normalización siguen siendo necesarias ante un nuevo ascenso de los discursos de odio. Las violencias que sufre el colectivo LGTBIQA+ y las reivindicaciones que emanan de ellas hacen inseparable el arte de una lucha que, tal y como dice RaPaella, “empieza solamente con ponerte la peluca, salir de casa y que la gente te vea”.