En el Día de la Memoria Trans, recordamos a aquellas antecesoras que deben formar parte de la genealogía feminista por su incansable lucha por la liberación sexual
Fuente (editada): NEWTRAL | Noemí López Trujillo | 20 NOV 2023
Nacha la Poderosa se delinea los labios con la misma precisión con la que habla. Cada palabra pronunciada está donde tiene que estar, como su overlip negro. A veces una chica tiene que ser tan contundente como elegante. Mientras se maquilla, la actriz y artista, una de las protagonistas de la película documental Vestida de azul (1983) sobre seis mujeres trans, me cuenta que, antes de bautizarse a sí misma como Nacha, se hacía llamar Ágata Lys, como la actriz ya fallecida. “Me encantaba. Cuando empecé a ponerme hormonitas y me creció el cabello, yo la copiaba, como a otras mujeres que veía en las revistas”. Más tarde comenzó a imitar a Paloma San Basilio, a la que llegó a conocer en el programa Como la vida misma, presentado por Alicia Sonovilla: “La San Basilio fue encantadora. Me agradeció que la imitase. Fue estupenda ella”, rememora Nacha. También recuerda lo mucho que admiraba y quería a María Jiménez: “Parecía una travesti más, como nosotras. Qué pelo, qué maquillaje, qué guapa. Es que ella iba a una peluquería en Sevilla a la que iban todas las travestis. Allí acabó yendo La Pantoja también”, dice. Una feminidad despampanante y rompedora era su patrimonio común. “Las mujeres del espectáculo, por lo general, siempre han sido muy buenas con nosotras. De hecho, te diría que casi todas las chicas trans han imitado a una artista”, añade Nacha.
Y en línea con lo que dice Nacha, muchas chicas cis nos hemos fijado y hemos imitado a mujeres trans. La primera vez que vi a Cristina Ortiz, la Veneno, fue asomada a hurtadillas en la televisión. Tendría unos once años y supe que quería enseñar las tetas como ella antes de que me hubiesen crecido. También supe que quería llevar una minifalda y unas botas de cuero por encima de las rodillas cuando vi la icónica foto de Bibi Andersen con Pedro Almodóvar.
Si Nacha la Poderosa reconoce con generosidad todo lo que esas figuras femeninas —la mayoría, mujeres cis— le enseñaron, es tan importante —o más— reconocer cómo muchas mujeres trans han abierto el camino para que yo, hoy, pueda estar aquí firmando este texto. Su presencia en un mundo que las despreciaba y las temía por su feminidad desvergonzada nos abrió el camino a quienes no solo queríamos el voto, como defendía Clara Campoamor, sino ser respetadas y tomadas en serio aunque llevemos silicona, tacones y escotazos. Tan importante son los derechos formalmente constitucionales como poder pasear tranquilitas por la calle y divertirnos sin que nos llamen guarras o nos culpen de la violencia sexual que sufrimos alegando que nuestra ropa “iba provocando”.
Tras el estreno de la serie Veneno y a punto de que se emita Vestidas de Azul —basada en el documental homónimo de los 80 en el que aparecían Josette, Renée, Nacha, Eva, Tamara y Loren— comenzamos a colocar donde se merecen las vidas de estas mujeres que fueron perseguidas, humilladas y encarceladas. “Las desaparecían”, como me dice la artista Juani Ruiz, una de las actrices de Veneno y Vestidas de Azul, que ha visto morir a muchas de sus amigas. “Hacer la calle [dice en referencia a la prostitución] era peligrosísimo. Nos cuidábamos las unas a las otras, pero aun así… Y tampoco había información. Alguna iba a operarse al extranjero y nunca volvía. Decíamos: ‘Esa ya no vuelve’. Porque sabíamos que se había quedado en la mesa de operaciones”. Juani lo cuenta exponiendo cómo la desatención sanitaria obligaba a muchas mujeres trans que querían una intervención quirúrgica genital a recurrir a la clandestinidad. Como dice Nacha: “Si no te prostituías, no comías. Yo no permito que nadie me desprecie por ‘salir a bailar’ [expresión que utilizan muchas de ellas para referirse al ejercicio de la prostitución]. He tenido que ayudar económicamente a amigas, ir a verlas a la cárcel, he recogido a chicas de la calle y les he puesto un plato caliente en la mesa. Me llaman madre. Las mujeres trans como yo nos hemos defendido de la Policía, era una lucha diaria para sobrevivir. El estigma de puta es una cosa que duele mucho. Y eso no significa que sea un trabajo que yo recomiende, pero a mí nadie me puede decir que no soy una superviviente”.
Sin embargo, ficciones como Veneno o Vestidas de Azul, si bien son sumamente importantes, no pueden hacer todo el trabajo pendiente de una sociedad entera porque se corre el riesgo de fetichizar sus vidas. Convertir a las personas en personajes. Ese trabajo pendiente empieza por incluir relatos como el de Nacha o Juani en las conversaciones feministas, donde no suelen tener cabida. No hay una genealogía tan magnánima que reconozca la batalla que han librado las mujeres trans no solo por ellas, sino por todas. Si mostramos gratitud hacia las feministas que se jugaron el pellejo trayendo píldoras anticonceptivas y abortivas cuando España todavía las prohibía, cómo no vamos a reconocer a las que se han partido la cara por la liberación sexual.
Una de ellas ha sido la artista trans Míriam Amaya, que estaba en primera línea de las manifestaciones contra la represión franquista, que se cebaba especialmente con mujeres gitanas como ella: “Nos mandaban al cementerio. Por suerte yo tuve el apoyo de mi familia, pero para la gente como yo, salir a la calle era exponerte a una paliza. Eso con suerte si no te mataban. ¿Por qué se hace memoria histórica y no nos nombran?”.
“Las cosas están cambiando, pero todavía no han cambiado”, decía La Dani en Te estoy amando locamente. Una realidad que se corrobora con los datos que lanza la organización internacional Transgender Europe este 20 de noviembre, Día de la Memoria Trans: en el último año han sido asesinadas, al menos, 320 personas trans. El 94% de ellas eran mujeres trans o personas transfemeninas; la mayorías de ellas, negras y/o trabajadoras sexuales. “Han pasado más de 30 años del asesinato de Sonia Rescalvo [la vedette y artista trans] y nos siguen matando. Pero al menos ahora a algunas se las nombra”, dice Míriam. No olvidamos, por ejemplo, los nombres de las cinco personas asesinadas hace justo un año en el Club Q, en Colorado Springs: Daniel Ashton, Derrick Rump, Ashley Paugh, Raymond Green y Kelly Loving. Como recordaba la escritora Alana S. Portero en este texto: “Quiero que sepáis que su comunidad está rota pero que sobrevivirá, quiero que sepáis que lo último que la compañera de piso de Kelly le dijo por teléfono antes de que entrase el club, fue: ‘Be safe, honey’ [‘Ten cuidado, cariño’]. Quiero que sepáis que nos lo decimos continuamente, en Colorado Springs, en Oslo, en Bratislava, en Orlando, en A Coruña, en el D.F., en Buenos Aires y en Madrid. ‘Be safe’, ‘Ten cuidado’, antes que ‘pásalo bien’ o a ver qué haces esta noche, maricón’, antes de las risas y de la complicidad”.
No atesorar las voces de aquellas que nos han precedido es una desmemoria injustificable. La consecuencia es que quienes nos alineamos con la feminidad encontramos en estas mujeres el ejemplo de lo que no debemos ser. Hay un parrafito en la novela La mala costumbre (Seix Barral, 2023), de Alana S. Portero, que lo explica estupendamente. Cuando la protagonista se despide de una de sus madres trans, Margarita, tras fallecer: “Me dabas mucho miedo cuando era pequeña porque todos mis juegos infantiles, todos los cuentos, todas las mujeres me decían que era como tú. Y yo no quería ser como tú. No quería que me tratasen como te trataban a ti los hombrecillos cobardes y me empeñé en convertirme en uno […] Y ya no lo soporto más. No voy a soltar jamás tu mano ni la de mamá Eugenia, no voy a dejaros ir del todo para que seáis mis santas, mis lunas, mis espejos que dicen la verdad. ¿De verdad podemos ser felices, Margarita?”.
Míriam, Nacha, Juani y Alana son algunas de las mujeres que nos rescatan de la cerrazón, enseñándonos que la única naturalidad que no está sobrevalorada es la naturalidad de ser una misma. Pronunciamos sus nombres para invocarlas en vida. Míriam, Nacha, Juani y Alana. Mejor reconocer que recordar. Decía Nacha la Poderosa en Vestida de Azul que las mujeres como ella son ridiculizadas por los hombres de la Tierra pero que al menos hay un ser, Dios, que sabe quién es ella realmente. Si los hombres de la Tierra temen y desprecian la feminidad, que estas diosas nos acojan en sus brazos.