Con la recuperación paulatina de la presencialidad en los centros escolares, el colectivo LGTBI encara el nuevo curso decidido a desterrar los discursos de odio y poner en valor la diversidad en las aulas
Fuente (editada): infoLibre | Sabela Rodríguez Álvarez
El éxito sin precedentes de la vacunación resuena en los pasillos de los colegios. Les más jóvenes, cada vez más protegides contra el virus que hace algo más de un año forzó el traslado de la escuela a los hogares, afrontan un nuevo curso con la presencialidad en el horizonte y la flexibilización de las medidas como compromiso de las autoridades. Todo parece indicar que los colegios se preparan para abrazar de nuevo los juegos en el patio, los corrillos en los pasillos y las manos alzadas en las aulas. Es ahí, entre los pupitres, los juegos y los recesos, donde los colectivos sociales ponen el foco: ¿volverá también el acoso o los meses de pandemia han servido para desterrarlo de manera definitiva?
Las investigaciones previas al coronavirus efectuadas por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) apuntaban a la LGTBIfobia como «primer motivo de acoso en las escuelas españolas». En un estudio efectuado en 2018, la asociación expuso que el 43% del alumnado LGTBI había sufrido acoso escolar. En la Comunidad de Madrid, seis de cada diez estudiantes han tenido que soportar agresiones y el 15% ciberacoso. El 60% de las personas trans de entre 16 y 24 años, según otro informe de la propia entidad, ha sufrido transfobia en el ámbito escolar.
En su panorámica sobre los delitos de odio en el país, la federación constató que en 2019 «un nada despreciable 7% de los incidentes discriminatorios ocurre en los espacios educativos«, un dato que observan con inquietud: la escuela, un lugar teóricamente protegido por los poderes públicos, no debería suponer una amenaza. En relación a ello, la organización constató que un 6% de las víctimas de delitos de odio aquel año fueron menores de edad.
Según el III Informe sobre acoso escolar y ciberbullying, elaborado por la Fundación ANAR en 2017, el principal motivo detrás del acoso es que la víctima sea diferente (26,3%). La orientación sexual está en el 3,2% de las situaciones de acoso y en el 6,6% de los casos de ciberbullying.
El pasado año, la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) publicó su mayor encuesta LGTBI hasta la fecha, en la que admitía que los colegios estaban «todavía lejos de ser un lugar seguro para los estudiantes LGTBI». Así, el 34% de les españoles participantes en las entrevistas afirmó haber sido ridiculizade, insultade o amenazade por su orientación sexual o identidad de género en el colegio.
Este año, marcado por la crisis sanitaria, ha quedado atravesado por importantes hitos para el colectivo, pero también por dolorosos golpes. En el primer grupo, la aprobación en Consejo de Ministros de una ley LGTBI que incluye la autodeterminación género. En el extremo opuesto, la violencia contra el colectivo que ha permeado en sectores de la sociedad y que mostró su cara más violenta con el asesinato de Samuel Luiz en A Coruña.
En Ana G. Fernández quedó clavado el asesinato del joven coruñés al que un grupo de chicos y chicas le arrebató la vida al grito de «te mato maricón». Aunque el móvil del crimen está actualmente en investigación, los trágicos acontecimientos despertaron una oleada de solidaridad entre la ciudadanía. La violencia, recuerda Fernández, presidenta del colectivo LGTBI ALAS Coruña, «no surge de la nada, necesita de un caldo de cultivo y de una base para seguir creciendo». Ese preludio ha dado paso a un «brote violento», constatado por los distintos observatorios, que expresa algo: «Las instituciones educativas están fallando cuando seguimos educando alumnado con un nivel de homofobia tan interiorizada», reflexiona la activista. Samuel tenía 24 años, pero en la brutal paliza participaron menores de edad.
Alberto Alba, coordinador de Educación de FELGTB, encara el nuevo curso con una sensación agridulce. Por un lado, parece evidente que les jóvenes cada vez se sienten más «empoderados para mostrarse» tal como son, pero por otro lado todavía se ven obligades a mantenerse alerta por si «el insulto de antes pasa ahora a los golpes». Aquello que determina si el colegio es un espacio seguro, lamenta el activista, está todavía muy ligado a la buena voluntad de las familias y los equipos directivos, de manera que no existe una estructura lo suficientemente sólida y extendida que aplaque los discursos de odio a través de las aulas.
Autodeterminación de género: ¿más sensibilización o debate hostil?
La llegada de la Ley de Igualdad LGTBI al Consejo de Ministros el pasado mes de junio vino acompañada de un largo y tenso debate en torno a la autodeterminación de género y sus fricciones con parte del movimiento feminista, que vio en la norma una amenaza para los derechos de las mujeres. «El debate ha estado muy polarizado, ha costado que la información se tratara de manera tranquila y se abordara desde las necesidades reales de las personas trans». Habla Isabel Martín, madre de una niña trans, orientadora educativa y activista en Euforia Familias Trans-Aliadas. Su hija inició la transición cuando cursaba Primero de Primaria en un centro público de Ávila: el proceso, dice al otro lado del teléfono, fue positivo «por la buena voluntad» de docentes y familias, pero «no porque hubiera una normativa» que marcara los pasos a seguir. El debate en torno a la Ley de Igualdad LGTBI sirvió para evidenciar todo el «desconocimiento y la desinformación» en torno a la realidad de las personas trans, estima.
En la futura Ley LGTBI, las administraciones promoverán la puesta en marcha de protocolos de prevención del acoso y ciberacoso escolar, con atención a la LGTBIfobia. También impulsarán la adopción de planes que contemplen la formación del profesorado y los servicios de inspección educativa velarán por el cumplimiento y aplicación de los principios y valores recogidos en la norma. Pero la propuesta legislativa que finalmente entró en el Consejo de Ministros, lamenta la madre, se queda corta: «Niñas trans como mi hija tendrán que esperar a los catorce años para que se les reconozca. Cada vez que la inscriba, por ejemplo, al comedor escolar o a actividades extraescolares, tendré que justificar por qué en sus documentos figura como niño».
Isabel Martín insiste en que la forma más efectiva de aplacar los discursos nocivos está precisamente en los colegios. Los más jóvenes «entienden perfectamente» las realidades diversas cuando se les explica de forma «sencilla y no se trata como si fuera algo a ocultar«, sostiene la orientadora, quien clama por más referentes en los centros y procesos de acompañamiento garantistas que huyan del sigilo y la vergüenza. La misma actitud positiva encuentra en las familias y en el personal docente, pero la realidad es que «falta información y que se canalice desde las instituciones».
Fernández confía en la capacidad de aprendizaje de las nuevas generaciones: «La gente más joven tiene muy interiorizado el tema del género y la sexualidad». La información de la que carecen en las aulas, dicen las voces consultadas, la han encontrado en rincones más accesibles como las redes sociales. No es lo ideal, porque estos espacios tienen también un reverso negativo, pero es hasta el momento una vía de divulgación que crece con fuerza. «Sigue habiendo problemas en las aulas», completa la activista, «pero poco a poco la sociedad va mutando». Para muestra, la anteriormente citada encuesta europea, en la que se constata una tendencia positiva: las generaciones LGTBI más jóvenes son las que dicen haber sentido en mayor medida el apoyo de su entorno en los colegios.